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La calle fue su hogar, aunque por fortuna por poco tiempo. Hoy está reinsertado, comparte piso y tiene un trabajo «estable». LAYA.
«Soy heroinómano y en mis relaciones de pareja éramos un trío»

«Soy heroinómano y en mis relaciones de pareja éramos un trío»

Manuel tocó fondo hace poco más de dos años, cuando volvió a recaer en el mundo de las drogas. Intentó desaparecer «metiéndose de todo», pero no consiguió su objetivo

Lunes, 3 de junio 2024, 20:22

De niño emigró al País Vasco y allí, sin haber cumplido la mayoría de edad, se enganchó a la heroína, como tantos otros adolescentes en los años 80. «Estar «moco» me espantaba por eso yo llegaba a un punto que nunca me impidió trabajar. De hecho, en mis múltiples trabajos nadie se dio cuenta de cómo estaba».

Manuel no fue un drogadicto al uso porque, aunque empezó temprano, se ha metido de todo y ha recaído varias veces, ha conseguido mantener una rutina laboral más o menos normal. De hecho, tiene una vida laboral de casi 30 años. Conductor de camiones, dependiente en una tienda de muebles, en el mantenimiento de carreteras… En uno de los centros que tiene Cáritas consiguió sacarse el acceso para mayores de 25 años y ahora está a punto de acreditarse como conductor de ambulancias. Trabaja a media jornada en una empresa social de jardinería.

El Centro de Acogida Padre Damián, también de Cáritas, le dio techo y comida tras salir de la unidad de convalecencia de Los Montalvos. Allí lo han encaminado hacia la reinserción social. No es fácil, pero él de momento lo ha conseguido.

Promesas

Llego al encuentro con Manuel y allí está esperando delante de un café en la barra de un bar muy próximo a la Universidad Pontificia, donde lo conocen todos los camareros.

Hoy descansa y viene de desayunar con su psicóloga, que acaba de pasar por un proceso quirúrgico y le ha prometido que si todo sale bien, deja también el tabaco. «Es un vicio que está mejor visto que la heroína, pero también te crea adicción», dice.

Afirman los expertos que cuanto más tiempo pasas en la calle, más difícil es la reinserción social. Manuel ha estado poco más de mes y medio en Salamanca y 4 o 5 días en Bilbao, cuando bajó a los infiernos.

Manuel lleva una camisa de cuadros, botas de invierno impecables, aspecto saludable y nada deteriorado físicamente después del «maltrato» al que ha sometido su cuerpo. Pasa de los 60, pero no los aparenta.

Ruptura

Hace poco más dos años, cuando su última relación sentimental con la madre de su segunda hija se rompió, tocó fondo y se fue a Bilbao. Allí tuvo su primera experiencia con la calle o como se llama ahora con el «sinhogarismo». En agosto del 21 volvió a recaer en la droga y «mi hija pequeña me dio la patada. No la culpo, pero me dolió mucho». Durante ese tiempo delinquió, incluso estuvo en la cárcel en Basurto.

«Quise quitarme de en medio y desaparecer, pero no ocurrió. Un día me metí de todo hasta que perdí el conocimiento. No sé cuántos días estuve vagando en la calle, sin saber ni dónde estaba. Me robaron todo, pero me daba igual todo y todos».

Con la droga no había podido cumplir su objetivo y se fue a tirar de un puente. «Pero no fui capaz: pensaba en qué es lo que tendría que hacer para no aplastar a nadie cuando cayera». Son los recuerdos deslavazados de esos amargos días en los que tenía a sus dos hijas tan cerca y a la vez tan lejos. «Es lo que más estoy trabajando con los psicólogos: el perdón. El sentimiento de culpa no se me va». Hace poco mi hija pequeña me confesó que no soporta el ruido del papel albal, el que utilizamos para la heroína o que es incapaz de pasar por el barrio de Buenos Aires. Ella no veía nada, pero esperaba en el coche conmigo o con su madre mientras el otro «pillaba»».

«Un zombi»

Durante esa época malvivió en el País Vasco. Ni siquiera acierta a decir exactamente cuánto tiempo fue, dice que deambulaba como «un zombi». En ese momento es cuando toma la decisión, ya sin trabajo, sin dinero y sin poder recurrir a la familia, de volver a Salamanca, «una de las ciudades donde más fáciles es «pillar»», asegura. «El problema es la calidad porque es lo que más influye en el deterioro de las personas», asegura con rotundidad.

Pidió ingresar en Montalvos, pero las sucesivas olas de la Covid dieron varias veces al traste con su propósito y durante un mes y medio, ya sin nada que perder, estuvo durmiendo en la calle. Era verano, hacía calor y se refugiaba en unos cartones ya colocados, seguramente por algún otro sin techo, en la céntrica plaza de Los Bandos de Salamanca. «Lo peor era el día. Las horas se hacen interminables» a pesar de que utilizaba los recursos de Cruz Roja para comer, pero tenía el convencimiento de que si no consumía, saldría adelante. «Formas parte del mobiliario urbano y te vuelves invisible para la sociedad», dice.

Tiene dos hijas, fruto de dos relaciones estables que acabaron por la difícil convivencia con las drogas. «He dejado la droga, pero soy un heroinómano. En mis relaciones de pareja éramos un trío». Habla de la heroína como si se tratara de una mujer que le ha roto el corazón: «A ella todavía la echo de menos. Es como otra ruptura, pero no hay vuelta atrás», confiesa.

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