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Jueves, 6 de enero 2022, 12:30
Enrique Cabero (Salamanca, 1966) es uno de los artífices del éxito de la Capitalidad Cultural del 2002, que contó con un millar de espectáculos con tres millones de espectadores. Se cumplen 20 años de aquel acontecimiento que dejó cinco nuevos edificios en uso en la ciudad: Liceo, DA2, CAEM, Multiusos, Sala de Santo Domingo y Museo de Automoción, que costaron 66 millones de euros.
¿Descansó algún día del 2002?
Ningún día, pero no me importó. Fue un año apasionante.
¿Fue estresante poner en marcha a tiempo los edificios?
No tuve sensación de estrés; sí de mucho trabajo. Viví el 2002 con mucha ilusión personal, ilusión del equipo del Consorcio que era maravilloso, ilusión de la ciudad que tanto apoyó el acontecimiento e ilusión de las instituciones que lo respaldaron plenamente.
¿El momento más amargo?
No recuerdo momentos amargos. Lo más complicado era conseguir que los edificios, que eran muchos y de gran calado tanto en su construcción como en su puesta a punto, estuvieran a pleno rendimiento puntualmente. Era muy difícil y se consiguió. Era complicado porque las obras nunca son controlables del todo. Y, además, el edificio debía estar en condiciones de asumir una actuación, un espectáculo. Acabábamos el Liceo y entraba Nuria Espert a actuar con la Reina Sofía en la inauguración. Si tenías un fallo, hacías el ridículo. Éramos muy exigentes con nosotros mismos y hubiéramos considerado un fracaso que los edificios no estuvieran a tiempo.
¿Es un hombre tranquilo?
(Risas). No sé si soy tranquilo o no. Lo principal es cumplir con el deber que uno ha asumido. Tranquilidad, evidentemente, no iba a haber con la Capitalidad.
El Consorcio del 2002 tuvo dos coordinadores progresistas.
Había empezado el trabajo Juan Antonio Pérez Millán, a quien recuerdo con cariño, y el pleno del Ayuntamiento nos propuso por unanimidad a Alberto Martín Expósito —que hizo un trabajo esencial— y a mí. El pleno del Consorcio del 2002, que agrupaba a instituciones muy heterogéneas, también aceptó el 22 de abril de 2000 esa designación por unanimidad, dándonos un respaldo y una confianza que eran imprescindibles porque teníamos poco tiempo y un programa muy importante de inversiones que desarrollar.
Otras capitalidades culturales han pasado inadvertidas.
Salamanca se recuerda como un referente. Fue una capitalidad especial, distinta, con un programa de inversiones públicas y privadas que realmente necesitaba la ciudad en infraestructura cultural, hotelera, y turística.
Los salmantinos asistieron masivamente a los actos del 2002.
Es otro dato clave. Los ciudadanos y ciudadanas de Salamanca desde que se creó esta figura, pensaban que Salamanca debía ser Ciudad Europea de la Cultura: nadie lo había escrito ni aparecía en ningún lado, pero los salmantinos pensaban que nuestra ciudad sería espléndida para esa designación y se demostró desde el principio, con un grandísimo respaldo y una participación sin límites. Los principales embajadores y promotores del acontecimiento fueron los salmantinos. Eso no se ha repetido en ninguna otra ciudad con tanta fuerza. Y también ganamos en autoestima en Salamanca, porque todo el mundo apoyaba la Capitalidad pero estaba la duda de si seríamos capaces de conseguir todo lo que, finalmente, logramos.
Rodin llevó 280.000 personas a la Sala de Santo Domingo en los primeros 100 días del año.
Fue un inicio extraordinario. El primer edificio inaugurado fue la Sala de Santo Domingo, que todavía olía a barniz aunque habíamos ventilado, y quedó muy bien. Era un espacio no utilizado por la ciudad y se abrió con aquella exposición muy recordada, que utilizó también el Patio de Escuelas Menores y la Plaza Mayor con el Balzac de Rodin. A lo largo del 2002 se cumplió toda la programación e, incluso se amplió. Ahora me parece casi imposible haberlo conseguido.
Pedro Casablanc recordaba que vino con José María Pou a ver a la Royal Shakespeare Company.
Fue memorable. Me acuerdo de aquel día en el Liceo gracias a la habilidad y el talento de Alberto Martín para incorporar algunos hitos en la programación con tan poco tiempo.
Ahora el Multiusos es nuestro vacunódromo.
Me emocionó cuando fui a ponerme la primera dosis. Me emocionó la vacuna y que fuera allí.
¿Qué quería ser de pequeño Enrique Cabero?
Siempre quise ser profesor. Mi abuelo fue profesor de instituto; mi padre de la Escuela de Comercio y luego de la Universidad. Yo lo viví de cerca y me gustaba mucho la docencia desde niño.
¿No aspira a ser catedrático?
No es algo que considere prioritario. Tener la suerte de ser salmantino, estudiar Derecho y ser profesor titular de la Universidad de Salamanca es maravilloso. Si volviera a nacer, volvería a estudiar Derecho en Salamanca e intentaría ser profesor de la Universidad de Salamanca.
Fue vicerrector con 28 años. Cuando nació, a su madre le dijeron : “Ha tenido un vicerrector”.
Es una broma de Ricardo Rivero. He sido vicerrector con tres rectores y cuando te nombran piensas que también lo fueron Fray Luis de León y Unamuno.
Y fue concejal de Salamanca con el PSOE de 2011 a 2015.
Como momento especialmente emotivo recuerdo cuando defendí la moción para anular el expediente ilegal e injusto que se había realizado a Miguel de Unamuno, tras el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo, cuando se le expulsó como concejal y se le quitó el título de alcalde permanente de la ciudad.
Ahora es presidente del Consejo Económico y Social de Castilla y León. Solo tuvo un voto en contra.
El parlamentario que votó en contra me explicó que no era por mí, sino porque estaba en contra de la institución.
¿Es un cráneo privilegiado?
No me considero una persona especialmente dotada. Tengo la cualidad de esforzarme, algo que me inculcaron mis padres desde niño.
Le gusta la música barroca.
Y la renacentista. Siempre que puedo asisto a los conciertos de “Salamanca barroca”. La música es la afición que más me completa cuando quiero evadirme del trabajo diario. Canté en el coro de la Universidad, pero no tengo talento para ningún instrumento.
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