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Tres toneladas de residuos que nunca debimos tirar por el desagüe llegan de promedio cada día a la depuradora de Salamanca. O sea, 1.100 toneladas al año. Y de esta barbaridad de basura mal arrojada, más del 10 por ciento, aproximadamente unos 320 kilos diarios, son las famosas toallitas húmedas para la higiene personal, que no se degradan en el agua y ocasionan no pocos atascos en los colectores.
Este podría ser el titular más llamativo y un aldabonazo a la conciencia de todos. Pero más allá de un dato que impacta, la Estación Depuradora de Aguas Residuales, en la que trabajan 24 personas, aborda cada día el reto de filtrar 60.000 metros cúbicos de aguas fecales que producimos los ciudadanos de Salamanca y quince municipios de su alfoz. Y tras un proceso de 24 horas que empieza siendo mecánico y termina siendo biológico y, en menor medida, químico, completa el milagro de devolver al Tormes los 60.000 metros cúbicos de agua limpia y 38 tm de fango que se destina al abono agrícola, además de producir gas que cubre un tercio de las necesidades de la planta.
En una ciudad que hasta 1984 vertía directamente al Tormes, la puesta en funcionamiento de la EDAR de El Marín, que relevaba a la de Huerta Otea, supuso en 2003 un salto adelante crucial en la eficiencia de la depuración de aguas.
El viaje de nuestras aguas residuales hacia su reciclaje comienza en cada desagüe de nuestra casa y en cada una de las alcantarillas de nuestras calles. La red de alcantarillado que gestiona Aqualia en Salamanca suma un total de 390 kilómetros de tuberías, que puestas en línea recta conectarían la capital charra con, por ejemplo, Sevilla. Como curiosidad, la red de abastecimiento de agua potable es más amplia, 426 km.
Los residuos del alfoz llegan por dos vías. Las de la capital lo hacen desde Huerta Otea, donde se conectan los dos emisarios —grandes tuberías de 2,5 m de diámetro— que conducen bajo las márgenes del río los vertidos de aguas residuales que bajan por las tuberías de menor tamaño desde los hogares, las industrias y las vías públicas de la capital. El emisario de la margen izquierda recoge también los residuos de Santa Marta, Carbajosa, Aldeatejada y Carrascal de Barregas.
Por su parte, el colector Norte ramificado en varios colectores menores trae las aguas residuales de los municipios de Moriscos, Castellanos de Moriscos, San Cristóbal de la Cuesta, Monterrubio de Armuña, Castellanos de Villiquera, Villares de la Reina y Doñinos de Salamanca.
No solo son toallitas. Por las tuberías de entrada a la depuradora llegan botellas de plástico, papeles, madera, bastoncillos, pañales, compresas, piedras, arena, vidrio... El pozo de gruesos es la primera estación del circuito. Con forma de tronco de pirámide invertido, allí se lleva a cabo con la ayuda de grúas una primera extracción mecánica de sólidos no aprovechables.
“Así como Salamanca cuenta desde 2001 con una recogida selectiva de residuos sólidos, esta conciencia ciudadana debería extenderse también a las aguas residuales”, denuncia Javier Rodríguez Marrero, gerente de Aqualia en Salamanca. “Este material genera problemas mecánicos en las instalaciones y eleva los costes de mantenimiento”.
El tamizado se acentúa en sucesivas esclusas de rejillas y mientras los sólidos retirados se compactan y son trasladados en contenedores con destino al Centro de Tratamiento de Residuos de Gomecello. El agua sucia es bombeada a tres metros de altura sobre el suelo para que el resto del viaje pueda realizarse en un suave descenso aprovechando así el efecto de la gravedad.
Las aguas residuales cambian de sala, cubierta como la anterior, y es conducida por unos canales en la zona de desarenado y desengrasado. En este doble proceso, se les insufla aire para que las partículas suelten la grasa que traen adherida y ésta es arrastrada por una cuchilla. Por otro lado, las arenas y arcillas que se sedimentan son absorbidas y trasladadas al concentrador de arenas y contenedores de sólidos. Con esta fase se completa el pretratamiento, que elimina apenas un 10% de la contaminación que lleva el agua, que ahora sale al aire libre. Comienza la parte más interesante del camino.
En cuatro grandes estanques circulares en forma de cono [actualmente solo se necesita usar tres], de 38 m de diámetro y con capacidad para 4.000 m3, las aguas residuales reposan entre tres y cuatro horas. Es la decantación primaria. Como un gigantesco minutero, el puente radial gira muy lentamente arrastrando los sedimentos hace una foseta central, que será el primer almacén de lodo, muy rico en materia orgánica.
“Hasta aquí hemos eliminado entre el 65 y el 70 por ciento de los sólidos que trae el agua, pero solo el 25 % de la materia orgánica disuelta que no hemos podido retirar con la gravedad”, apunta Teodoro García, jefe de planta de la EDAR. El agua es turbia, con un color grisáceo debido a las partículas coloidales, que ya no se sedimentan. Es entonces cuando pasa al reactor biológico, una gigantesca piscina de cinco metros de profundidad con seis balsas independientes divididas en tres zonas, donde se llevan a cabo los procesos mas avanzados de la estación.
Es el núcleo principal de la planta y Teodoro García está acostumbrado a explicar su funcionamiento con claridad a los grupos de estudiantes que acudían antes de la pandemia cada lunes a la instalación, y que muy pronto volverán. “Cultivamos y alimentamos los microorganismos que generamos en nuestro cuerpo para que se reproduzcan y sean capaces de alimentarse de la materia orgánica inerte que llega con el agua residual”. Estos microorganismos adheridos a los flóculos de materia orgánica caen al fondo de la balsa y son separados del agua. “Somos —añade el jefe de planta— como unos granjeros de unos animales microscópìcos que son los que verdaderamente se encargan de la depuración de las aguas residuales”.
Mediante estos cultivos de microorganismos en un circuito recirculado y la aplicación minuciosa de oxigeno [labor en la que se emplea la mitad de la energía que consume la EDAR] bajo exhaustivos controles automatizados, se elimina la materia orgánica y componentes tóxicos como el amonio, generado desde la urea, el nitrógeno y el fósforo.
Desde el reactor biológico, el agua residual con lodos activados, llamado ‘licor mezcla’, pasa a otros cuatro grandes decantadores secundarios en los que un puente diametral de 52 m. barre los microorganismos que tienden a flotar y se evacuan a la cabecera del reactor para que cumplan su función al comienzo del ciclo biológico.
A la salida de los decantadores, el agua ya está limpia. Tras pasar, si es preciso, por una cámara de cloración y desinfección y una vez comprobado en nuevos análisis que los niveles de nitrógeno y fósforo no rebasan los niveles estipulados, es vertida al rio, El viaje de retorno del agua ha terminado.
Los diferentes tipos de fangos que se han extraído de las aguas residuales en las mencionadas fases de la depuración protagonizan la segunda parte de esta historia, igualmente importante pero tal vez menos conocida. Un complejo proceso de tratamiento los reciclará en biogas, destinado atender las necesidades energéticas de la propia planta, y en abono para los cultivos.
En líneas generales, los procesos a los que se someten los fangos persiguen tres finalidades; reducir el volumen de agua, estabilizar la materia orgánica y conseguir una textura adecuada para que resulten manejables y transportables.
Mientras los fangos primarios se introducen en espesadores de gravedad, los secundarios, con más materia orgánica, son conducidos a un flotador en el que la inyección de aire a presión eleva las partículas a la superficie, donde son recogidas por una rasqueta. Los fangos pasan a los digestores, en los que permanecen entre 20 y 30 días a 36 grados sometidos a la acción de bacterias que no necesitan oxígeno. El contenido de matera orgánica se va reduciendo al tiempo que se produce un biogás de alto poder calorifico que puede ser utilizado en motores de combustión interna, generan electricidad y calor y rebajan la factura energética de la propia planta.
De los digestores, el fango pasa a un depósito tampón, donde entra diluido al 2-3% y da paso al centrifugado del que sale por encima del 24%, la última etapa que permite separar aun más las partículas sólidas del agua. Por fin el fango ya está listo para ser llevado a dos grandes silos de 100 metros cúbicos cada uno, no sin antes superar nuevos análisis de calidad en el laboratorio de la EDAR.
El trabajo de depuración de aguas residuales de la Estación produce cada año entre 14.000 y 15.000 toneladas de fangos para uso agrícola que es distribuido previa demanda y por orden de solicitud entre los agricultores que lo piden con destino a los campos de cereales. Este abono es gratuito.
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