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Domingo, 10 de abril 2022, 20:19
Todos los alumnos del colegio María Auxiliadora han participado el pasado martes en el acto en favor de la paz en Ucrania. Los chicos de ESO habían elaborado un manifiesto de rechazo a la guerra, un conflicto que el Papa Francisco ha calificado de “cruel, inhumano e incluso sacrílego”, según el director, Ángel Astorgano. Un horror del que han escapado Gennadii y Oksana gracias a que su hija Mariya, que estudia Bachillerato en el centro desde diciembre, pudo traerles hace dos semanas. En el mismo colegio estudian Artem y Bohdan desde hace 15 días y tras una semana de viaje. Llegaron de la mano de Mario y su mujer, que un verano de hace 7 años acogieron por primera vez a Artem.
Antes del inicio de la guerra, aunque todo estaba tranquilo, “se sentía en el aire que algo iba a pasar”, relata Gennadii. Desde el 24 de febrero nada volvió a ser lo mismo. “Vivimos en Chernihiv, que fue invadida rápidamente por los rusos. La ciudad estuvo sitiada por semanas y no podíamos salir. En un día mataron a 10 personas y hubo escenas en la calle muy parecidas a las de Bucha”, recordaba. Es nefrólogo y atendía a los pacientes en diálisis en un hospital privado, que fue destruido.
Confiesa con los ojos enrojecidos y a punto de saltársele las lágrimas que no se le olvidará el día en que, cuando estaba trabajando, vio cómo llegaban muchos pacientes al hospital, “soldados jóvenes heridos y lamentablemente algunos murieron”. También escenas en el sótano, “con mujeres embarazadas y bebés muy pequeños en condiciones infrahumanas”. Los rusos han destruido muchos pueblos, también monasterios y conventos “a pesar de su gran importancia cultural e histórica”.
Oksana recuerda que cuando oía un ruido “raro”, bajaban al sótano de su edificio pensando que era un bombardeo. Así estuvieron mientras la ciudad estuvo sitiada. “Una amiga, su madre y su abuela vivían con nosotros. Eran de un pueblo cercano y junto a su casa aún hay tanques de los rusos. La madre quería ir a Polonia, donde vive un hijo, y así salimos nosotros también”, recuerda Oksana. Fueron en su coche hasta Polonia, donde un autobús les trajo a Salamanca. Aquí viven en el Albergue Lazarillo y estudian español en la Universidad Pontificia. “Me gustaría ejercer aquí mi trabajo, pero primero hay que aprender el idioma”, asume Gennadii. Tiene claro que regresará a Ucrania y sigue sin entender la brutalidad de los soldados rusos. “Ucranianos y rusos somos muy parecidos, su brutalidad es absolutamente inesperada”, confiesa. “Un horror que solo ha generado odio contra ellos”.
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