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Lunes, 3 de octubre 2022, 14:51
El voluntario perfecto no existe. Así de tajante se pronuncia Javier de Dios, uno de los coordinadores de Molokai. Junto a su compañera Elena López y una treintena de monitores, cada semana se acercan a casos de exclusión social de la ciudad. Y para ello, no hay un perfil cerrado. Introvertidos, extrovertidos, hombres, mujeres, estudiantes, jubilados, trabajadores, desempleados, amantes de las letras o de las matemáticas. “Todas las personas pueden aportar algo. Solo hay que abrir la mente”, menciona el joven, de tan solo 22 años.
Molokai nació hace nueve años por parte de las hermanas de la Congregación de los Sagrados Corazones, con la colaboración de la Pastoral Social Diocesana, la Pastoral Juvenil y Cáritas Diocesana de Salamanca. Desde entonces, su actividad no ha cesado: clases de guitarra a niños en la parroquia de Pizarrales, recogida de residuos, ludoteca en el centro Ave María o acompañamiento nocturno a personas sin hogar. “Comenzaremos con las actividades en el mes de noviembre, pues estas semanas estamos buscando voluntarios. Otros años hemos llegado a ser 90”, relata. Cada uno de los programas tiene un objetivo, pero todos ellos generan la misma sensación. “Hablas con ellos, les escuchas, le ofreces los recursos que tienen a su disposición y, sobre todo, les haces ver que importan a la sociedad. Eso por ejemplo nos lo dicen mucho las personas sin hogar. Pasan por delante de ellos mil personas al día y solo dos de ellas les saludan o les miran. Como voluntario te das cuenta que no vives en una burbuja”, indica el joven.
Pero ese crecimiento personal que experimenta el grupo de Molokai también pasa factura. “No hay una experiencia más dura que otra. Varía en función de la sensibilidad que tenga esa persona. A una por ejemplo le puede doler ver el río Tormes lleno de basura y a otra conocer cómo las madres del centro Ave María se las tienen que ingeniar para sacar adelante a sus hijos”, apunta Javier.
Precisamente para no llevarse cada historia a casa, aunque a veces es imposible, Elena López relata que es vital las conversaciones que mantienen entre los compañeros. “Sueltas todo lo que llevas dentro. Yo misma he pasado por momentos difíciles y desde Molokai me han arropado”, apunta. De esta forma, aunque no se trata de una actividad de voluntariado como tal, el grupo se reúne una vez al mes en lo que llaman “Cenas con tema”, un espacio de conversación donde se comentan y analizan temas de actualidad.
Sobre cómo hacen para acercarse a esas personas que necesitan que les tiendan una mano, Elena y Javier cuentan que se encuentran “de todo”. “Hay gente que no quiere esa ayuda o que de primeras se pregunta quiénes somos. Pero también nos ha pasado, por ejemplo, que en una noche de invierno la persona que estaba en la calle durmiendo nos ha pedido que no le molestáramos porque había conseguido la postura y perder el frío y nos ha pedido que volviéramos otro día y a la semana siguiente ha ido fenomenal. Por lo general se acaban abriendo, añade Elena López.
Para tal importante misión lo más necesario es saber escuchar: “Es una experiencia muy gratificante porque tú por muy mal que te veas tomas conciencia de que hay gente peor y te hace ver otras realidades”, manifiesta Elena. Y es que en ocasiones prestamos más atención a aquellos problemas que vemos a través de una pantalla y no los que tenemos a tan solo unos centímetros de nuestra propia casa. “Es importante mirar a nuestro alrededor”, concluye.
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