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Viernes, 26 de marzo 2021, 22:06
Con más de 40 años sobre los escenarios y 20 años de narrador en “Cuéntame”, donde aparece en pantalla esta temporada, Carlos Hipólito regresa este sábado al Liceo de Salamanca con “Rita” (19:30 horas).
–“Rita” habla de asuntos que nos conciernen a todos.
–Es una comedia sencilla y con muchísimo encanto. Abarca un montón de temas, muy cercanos a cualquiera. A través de dos hermanos, habla de la vida, de la familia, de lo que necesitamos para subsistir y sobrevivir. De que, a pesar de tener a veces broncas y enfrentamientos muy duros, al final nos acabamos perdonando porque nos necesitamos. Y habla de la peripecia de dos hermanos que tienen una madre, Rita, que se encuentra en un estado avanzado de Alzheimer, convertida en un vegetal, y él tiene una perrita, que se llama también Rita en honor a la madre, que es diagnosticada de una enfermedad terminal. Al ocurrir esto en sus vidas, hablan de qué hacer con esa perrita enferma, que está sufriendo. La hermana que es oncóloga, y por su trabajo está muy relacionada con la muerte y enfermos terminales, dice que hay que sacrificar a la perra en vez de dejarla sufrir. Y él, que quiere mucho a su perra, contesta: “¿Por qué la perra no tiene que sufrir y mamá, sí?”. A partir de ahí, se plantea el debate entre ellos.
–¿Y no es un drama?
–No; provoca grandes carcajadas entre el público, pero es una risa que por momentos se va transformando en emoción. Son unos personajes muy cercanos y asistir al drama de estos dos hermanos nos provoca risa por las personalidades de ellos, que son muy neuróticos y cada uno de ellos está en un proceso de separación y pasándolo mal, pero con personalidades muy divertidas. Ella es una mujer aparentemente muy segura, pero incapaz de tomar decisiones por sí sola. Y él es un hipocondriaco, que está todo el día infartado por lo que le pasa a él y a la gente que tiene alrededor.
No es teatro de tesis ni que nos vaya a dar una postura sobre qué debemos hacer, sobre si debemos practicar la eutanasia o no. La obra hace preguntas al espectador, pero no da respuestas. Es apetecible para todo tipo de público. Suponiendo que haya alguien que por sus convicciones morales o religiosas esté en contra de la eutanasia, no le va a molestar. La obra deja que el espectador tome partido por una postura u otra. Todas las buenas comedias tienen un drama dentro. “Rita” no es banal y habla de temas que nos pueden hacer reflexionar.
–Trabaja con su mujer, Mapi Sagaseta. ¿Corre el riesgo de llamarla por su nombre?
–No, no. Por suerte tenemos muy claro quienes somos en escena y fuera de escena. Nosotros lo pasamos muy bien trabajando juntos, como en “La mentira” y en “Macbeth”. Tenemos muy buena sintonía en el escenario, donde también nos llevamos muy bien. La obra nos está uniendo más. Cada día, al terminar la función comentamos la jugada. Y después de 25 años de matrimonio, es gracioso hacer de hermanos. El director, Lautaro Perotti, le ha dicho a Mapi, que no me ponga tanto las manos encima, que los hermanos no se tocan tanto.
–No es supersticioso ni practica ningún ritual antes de salir a escena. ¿Tiene pesadillas ligadas a la profesión?
–Eso sí, como todos los actores. Alguna vez sueñas que te quedas en blanco en el escenario. O que hay un agujero en el escenario, te caes y el público no te ve... Esos sueños angustiosos suelen ir asociados a los procesos de creación, cuando estás ensayando y te sientes inseguro con el personaje. Y no desaparece. Yo siento mucho respeto por el escenario, a pesar de llevar tantos años haciendo teatro. Cada día que salgo al escenario hay un pellizco, un vértigo.
–A los 14 años conocía la cartelera de Madrid porque sus padres eran muy aficionados al teatro. Y en casa veían “Estudio 1”.
–Cuando era pequeñito y los mejores actores de la época hacían obras de teatro en “Estudio 1”, el día de la emisión cenábamos antes para sentarnos delante de la televisión. He tenido la suerte de que la vida me ha regalado la posibilidad de dedicarme a lo que me apasiona, y con 40 años haciendo teatro es un privilegio enorme.
–¿Su primera vez sobre las tablas?
–Fue gracias a los maestros de la Escuela de Teatro de William Layton, donde estudié. Daban clase Willian Layton, Miguel Narros, José Carlos Plaza... que ya empezaban a ser muy importantes entonces. A veces, para los montajes se nutrían de gente que había pasado por la escuela y me empezaron a dar los primeros papeles. La primera vez que me subí profesionalmente a un escenario, cuando contaba las horas que faltaban para ir a hacer teatro, fue con “Así que pasen cinco años”, de García Lorca, donde hacía dos personajes muy bonitos: el Amigo II y el Arlequín. Miguel Narros, que me dio aquellos dos papeles, me volvió a llamar diez años después para esa misma obra en el Teatro Español, pero ya de protagonista. Y ahí pensé yo: “Algo he debido hacer bien porque he subido en el escalafón”.
–En pandemia hay un silencio sagrado en el teatro.
–Ya no se tose, que es algo que a los actores nos perturba mucho. Es raro actuar con aforos reducidos, cuando saludas y ves a la gente con mascarilla. El público está acudiendo a los teatros, que son espacios muy seguros. Aplauden de manera muy cálida y es muy bonito comprobar que la gente sigue necesitando ir al teatro a divertirse y emocionarse. El público es militante: nos esperan a la salida para darnos las gracias por nuestro trabajo.
–Quería tener una voz grave como Constantino Romero. Hemos comprobado que le ha cambiado en los 20 años de “Cuéntame”.
–El martes terminamos el rodaje y ha sido una experiencia curiosa hacer en imagen el personaje de Carlos Alcántara, a quien llevo interpretando 20 años a través de sus reflexiones de adulto. Tenía mucha familiaridad con él. Los productores han querido que yo siguiera porque era una seña de identidad de la serie. Al principio nos daba la risa a Imanol Arias, a Ana Duato y a mí. Imanol y yo nos llevamos meses, aunque Ana es mucho más joven, pero era raro llamarles papá y mamá. Mi personaje tiene sesenta años y los suyos, más de noventa, aunque la caracterización era muy buena. Y con el trabajo físico y emocional que hacían Imanol y Ana, enseguida se creaba esa ilusión.
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