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El teléfono no para de sonar. Un pitido, dos, tres, cuatro... A la siguiente llamada está apagado. Nueva prueba con el siguiente contacto: uno, dos, tres... “No disponible”. La desesperación empieza a adueñarse de Andrés Roldán, un joven colombiano de 26 años.
Tras pensárselo mucho, decidió llenar una mochila y coger un avión para recorrer los 8.007 kilómetros que separan de Bogotá a Madrid y dejar un país en una grave crisis económica. Las promesas de sus supuestos amigos se desvanecieron. Solo encontró el silencio y la soledad al pisar Barajas. Ni rastro de los supuestos contactos en España. Sus móviles, desconectados. “Quería empezar una nueva vida porque en Colombia la situación estaba demasiado mal... y pensaba que sería más sencillo”, lamenta.
Pensó en enojarse por la decisión tomada. De volver a empezar. En sus padres y sobrinos que había dejado tan lejos. Tras una recomendación de una casa de acogida en Madrid, cogió un billete para Salamanca, una ciudad que le precede la fama de ‘solidaria’. Llegó la noche de un viernes y se encontró con todas las puertas cerradas.
“Nunca olvidaré el frío de aquella noche. Me puse dos chaquetas de las que traía y me tumbé en un banco del parque de La Alamedilla. Era la primera vez que tenía que dormir en la calle. Es un frío diferente”, reconoce. Con los pocos ahorros que trajo se alquiló una pequeña habitación de la que tuvo que pagar la fianza. Solo le quedaban 100 euros para un futuro incierto.
“Estuve dos días sin comer nada porque me daba miedo qué podía pasar. Al tercer día me hablaron de Espacio Abierto y por fin pude comer algo”, subraya. Era la primera vez que tenía que pedir que le dieran de comer. “Aquel primer día lloré y todavía al recordarlo e incluso cuando estoy allí no puedo evitar que se me caigan las lágrimas”, asume. El rostro de Andrés es joven y nadie diría que es una persona sin hogar. La realidad tiene muchas más aristas que los mitos preconcebidos.
Los dos meses pasaron rápido. “No hay trabajo si no hay papeles”, recibía como contestación a las numerosas puertas a las que llamó. Tras una ayuda de Cáritas para pagar el alquiler, también hizo uso de los recursos de Cruz Roja para pasar la noche en el Centro de Atención para Personas sin Hogar. Dormía por la noche, se levantaba a primera hora para buscar trabajo e iba a la Policía Nacional para acreditar su situación de solicitud de asilo.
En Colombia era asesor de ventas y en Salamanca sigue buscando para labrarse un futuro. Por el momento, ha encontrado una persona con la que trabaja días parciales y le permite al menos para tratar de encontrar una habitación, pero no para comer. Cada día hace cola en Espacio Abierto para compartir junto al resto de personas con dificultades un plato caliente, conversación e ideas para tratar de salir adelante.
Cáritas alerta que la situación está cambiando: el 25% de personas, como Andrés, acuden por primera vez a sus puertas con necesidad de buscar ayuda. “Mi familia siempre me ha inculcado el culto hacia el trabajo. Y creo que por fin lo conseguiré”. Termina de comer. Recoge el plato. Y vuelve a soñar con un futuro en Salamanca.
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