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“Empollón”. Es el calificativo que, quizás, más veces hayan tenido que escuchar algunos jóvenes como Diego Elvira y Guillermo Franco por el simple hecho de tener altas capacidades. Pese a la información que se proporciona desde entidades como la asociación Atenea de Salamanca, sigue siendo una condición compleja, envidiada por aquellas personas que no la tienen, temida por las que sí han tenido la suerte de nacer con ella y, sobre todo, mal entendida. Tal es el estigma que sigue existiendo alrededor de la misma, que la mayoría de niños que ‘conviven’ con ella terminan por invisibilizar su talento o, en algunos casos, acaban fracasando en el colegio.
Ser un niño con esta potencialidad es mucho más que poseer un coeficiente intelectual elevado. Supone tener una mayor creatividad y ser más persistente en las tareas que le gustan, pero, por desgracia, “no es oro todo lo que reluce”. Las personas con altas capacidades a menudo tienen que hacer frente a los problemas depresivos o a los de integración social. En el caso de Guillermo Franco, alumno de 2º de la ESO, que sus compañeros no quisieran jugar con él en el patio del colegio le ha marcado para siempre hasta el punto de que, tal y como asegura su madre, la presidenta de la asociación Atenea, Pilar Jiménez, no para de renegar por “ser más listo que el resto”. “Guillermo es un niño perfectamente normal. Tener altas capacidades no significa que tenga que sacar siempre un 10. La alta capacidad no supone tener un alto rendimiento académico. Ese es uno de los estereotipos que queremos romper. Su situación también repercutió en mi vida, ya que, al principio, no entendía qué estaba pasando y hasta llegué a pensar que no sabía educar a mi hijo. Él siempre ha considerado que ser un niño con altas capacidades es un estorbo. Son niños con una alta sensibilidad emocional”, asegura Pilar Jiménez, que, además, rememora cómo ha tenido que escuchar en más de una ocasión en el colegio cómo los profesores de su hijo le han hecho la típica pregunta de ‘¿Qué hago con tu hijo?’: “En los colegios, nos encontramos con niños poco adaptados y frecuentemente poco atendidos porque tienen una capacidad intelectual y unos intereses distintos”.
Para Diego Elvira, que conoció hace dos años que, a su diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, se sumaba el hecho de que tenía altas capacidades, el problema que hay alrededor de las mismas es el mito. “La gente relaciona las altas capacidades con Einstein y no tienen nada que ver. Todavía recuerdo que, cuando mis compañeros estaban hablando de dos variables matemáticas, yo ya estaba pensando en siete. Me sentía súper raro. A medida que va pasando el tiempo, eres testigo de cómo hay demasiada carga social y eso hace que te pongas una presión innecesaria encima”, asegura recordando cómo para él fue un gran peso social el hecho de conocer que era superdotado: “Parece que, para demostrar que tienes altas capacidades, has de sacar un 10 todos los días”.
“Las personas con un coeficiente intelectual elevado siempre terminan viéndose superadas porque nadie les escucha. De hecho, los padres de los niños que no tienen altas capacidades creen que eres pesado y no es así”, recalca Diego Elvira. En la misma línea, opina Pilar Jiménez, que, desde 2019, lleva liderando la lucha de la asociación Atenea por visibilizar lo necesario que es que la gente comprenda, de una vez por todas, que el hecho de que una persona tenga altas capacidades únicamente implica atender su capacidad y entender su intensidad.
“A nivel social, hace falta dar más la enhorabuena ante estos casos. A día de hoy, todavía hay gente que intenta ocultar el talento de sus hijos por miedo a que les pongan una etiqueta determinada. Es una pena que la gente presuma de cómo su hijo juega al fútbol y que no lo hagan con esto”, sentencia.
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