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“No quiero vivir más”. Es la frase tan dolorosa que Lucía Gutiérrez tiene grabada en la cabeza después de las numerosas veces en las que su hija, Alejandra, se la ha repetido. Abatimiento, desesperanza, pérdida de ilusión, vacío, frustración, necesidad de aprobación, sensibilidad al fracaso o pensamientos suicidas. Son los sentimientos que forman parte del sinvivir que su familia y ella llevan viviendo tres años, en los que no han parado de pelear contra el trastorno depresivo que sufre la joven de 18 años.
Con apenas 15 años, empezó a mostrarse insatisfecha con todo lo que tenía y conseguía. Estaba cayendo en un pozo sin fondo y a la gente que le rodeaba le empezó a resultar más que difícil el hecho de tener que ayudarla a remontar su estado de ánimo. Entonces, su actitud empezó a repercutir en sus relaciones y en sus estudios. Actualmente, cursa 2º de Bachillerato, tiene las pruebas de acceso a la universidad a la vuelta de la esquina y le es imposible concentrarse para estudiar el temario con la desesperación que, cada día, le aborda de forma inevitable.
Fue a raíz del confinamiento cuando, en su casa, empezaron a sonar todas las alarmas. Su pesimismo iba a más hasta el punto de que no fueron pocas las veces que sus padres recibieron una llamada en la que ella misma les confesaba que estaba a punto de arrojarse a la carretera para que le atropellara un coche. Incluso llegó a sentarse en la repisa de la ventana de su piso con bastante altura para replantearse si de verdad le merecía la pena seguir hacia adelante con su vida.
“Enterarnos de que nuestra hija sufría un trastorno depresivo fue como un jarro de agua fría. No paraba de llorar, de romper cosas y de decir que quería quitarse la vida. Fuimos a muchos psicólogos, pero nos dimos cuenta de que no avanzábamos nada. No paraba de ver las redes sociales y de toparse con estereotipos perfectos y, al lado de estas imágenes, veía que su vida no era tan idílica”, recuerda Lucía Gutiérrez.
En más de una ocasión, le hemos tenido que quitar pastillas de la boca e incluso le hemos quitado las llaves de casa porque una noche se escapó y estuvo desaparecida. Si no hubiésemos llegado a tiempo, a lo mejor hubiese muerto de sobredosis”, relata Lucía Gutiérrez sobre el ‘infierno’ que han pasado en su casa, siendo una situación tan extrema que, a día de hoy, su marido y ella tienen que ingerir antidepresivos para soportar la dura realidad que viven.
La esperanza de esta familia son las terapias que su hija recibe en la asociación Salud Mental Salamanca, donde, después de haberse cruzado por el camino con varios psicólogos, ha logrado toparse con María Hernández, trabajadora del programa de salud mental infantojuvenil que tiene la entidad y que, poco a poco, está consiguiendo ‘revivir’ la autoestima de Alejandra.
“La salud mental de los adolescentes de hoy en día es demasiado difícil. La gente se piensa que les dan rabietas y, en muchas ocasiones, sufren trastornos depresivos. Desafortunadamente, son muchos los chicos que se ven incapaces de salir de la cama y que muestran conductas suicidas”, asegura María Hernández, recalcando que, en situaciones tan extremas, el papel que desempeña la familia resulta ser trascendental.
Sobre los aspectos que pueden influir en las conductas pesimistas de los más jóvenes, María Hernández relata lo peligroso que puede ser el abuso que los adolescentes hacen de las redes sociales, donde suelen pasar hasta ocho horas al día. “Los jóvenes de hoy en día no saben relacionarse con normalidad. Por eso, recurren a los videojuegos, al Instagram o al TikTok para entablar una conversación”, afirma esta psicóloga que, cada vez se topa con más adolescentes “con la autoestima por los suelos” en sus terapias, donde, además, combate contra el desconocimiento y la falta de visibilidad que tienen estos trastornos del estado de ánimo.
Para conseguirlo, desde Salud Mental, señalan que resulta clave que la gente que rodea a la persona que está luchando contra una depresión muestre comprensión y no el ninguneo al que a veces se tiene que enfrentar y que termina en un aislamiento “por miedo, rechazo o vergüenza”: “La gente prefiere relacionarse con gente alegre a hacerlo con gente que, de verdad, necesita ayuda. La gente sigue callando ante estos trastornos y lo que verdaderamente se necesita es empatía”.
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