![El botón que salva a María Pilar y más salmantinos de la epidemia silenciosa](https://s2.ppllstatics.com/lagacetadesalamanca/www/multimedia/2023/02/01/lme1887_1-4351730_20230201185629--1200x800.jpg)
![El botón que salva a María Pilar y más salmantinos de la epidemia silenciosa](https://s2.ppllstatics.com/lagacetadesalamanca/www/multimedia/2023/02/01/lme1887_1-4351730_20230201185629--1200x800.jpg)
Secciones
Destacamos
Con el tiempo a contrarreloj, la deshazón que supone el pasar horas y horas sin una mano amiga o sin un hombro sobre el que llorar, el miedo a no poder reaccionar ante una emergencia sanitaria o el recelo a la oscuridad que puede sufrirse entre cuatro paredes, que puede derivar incluso en trastornos mentales. Este ‘cóctel’ de emociones forma parte del día a día de las personas que sufren la que se ha convertido en la ‘plaga’ más peligrosa después de que la pandemia irrumpiera con fuerza en nuestras vidas.
Pese a que los especialistas pronosticaban que la depresión sería la próxima epidemia en el siglo XXI, la soledad no deseada ha superado cualquier expectativa avanzando de forma silenciosa y abrumadora como si de la cepa de un virus se tratase, convirtiéndose en toda una amenaza.
A día de hoy, la gente que no la sufre todavía no es del todo consciente del peligro que supone el sentir el abatimiento que se siente cuando una persona se topa con ella. Y es que, esta lacra social, que no solo es experimentada por los de la tercera edad sino que también altera la vida de los jóvenes y de las personas que sufren alguna discapacidad, sigue pidiendo a gritos más comprensión.
Si el coronavirus ha disparado los niveles de soledad en la ciudad, el reto demográfico que se vive en los municipios salmantinos es todavía más difícil de afrontar, teniendo en cuenta que son cientas las personas que, en la actualidad, requieren apoyo moral y asistencia sanitaria. En medio de tanta oscuridad, se encuentra la esperanza que el botón rojo de la Cruz Roja resulta ser para todos aquellos que, en algún momento del día, necesitan, al menos, conversar con una persona para combatir la melancolía que genera el hecho de que vivan solos a kilómetros de la urbe, donde todo está a disposición de los ciudadanos con más facilidad.
María Jesús de los Ángeles Martín tiene 66 años y reside en Bóveda del Río Almar, un municipio cercano a Peñaranda. Desde hace ocho años, vive sola. La ausencia de su marido le pesa cada día y, aunque en el piso que está por encima de su casa vive su cuñada, tiene miedo de que, en algún momento, sufra una caída, un mareo o cualquier enfermedad ante la que no sepa cómo reaccionar. Por eso, desde el primer momento, apostó por contratar el servicio de teleasistencia de la entidad. “Cuando murió mi marido, me hice socia de Cruz Roja. Siempre he asistido a charlas y, un día, hablaron de la teleasistencia que había recibido una señora que se había caído y que se pasó un buen rato tirada en el suelo sin poder moverse. En ese momento, me di cuenta de que lo mejor que podía hacer para combatir mi soledad era disponer del botón rojo”, asegura.
La primera vez que tuvo que pulsarlo fue en una tarde fría de diciembre. Aquel día, empezó a sentirse mal y comenzaron unos días nefastos para ella. “A partir de ahí, empecé a tener un cansacio poco habitual. Me sentía como si fuese de goma. Como el malestar no se terminaba, decidí pulsar el botón y enseguida recibí asistencia”, recuerda afirmando, además, que, para su hija, el hecho de contar con una ‘voz amiga’ como la que escuchó aquel día para que estuviera más tranquila es todo un alivio.
En la misma línea se manifiesta María Pilar Asín, una de las usuarias de este servicio, el cual contrató después de que su madre lo tuviera durante mucho tiempo. Tiene 68 años, padece diabetes y la primera vez que tuvo que pedir ayuda con el botón rojo fue por una hiperglucemia. En el momento en el que sintió una taquicardia, se asustó y, desde entonces, no ha habido día en el que no haya contado con la asistencia y el seguimiento de los técnicos de la entidad.
Esta no fue la primera vez que lo utilizó ya que, mucho antes, tuvo que reclamar la presencia de los servicios médicos en su domicilio como consecuencia de los efectos secundarios que experimentó tras consumir su medicación. “Es un servicio muy bueno que deberíamos tener todos los mayores de forma gratuita”, asegura María Pilar Asín, recalcando, además, que los 25 euros que invierte en él son los mejores que ha podido gastar en los últimos años ya que, con el botón rojo, se encuentra “más que segura”: “La soledad es muy triste y el hecho de que todas las semanas te llamen para conocer cómo te encuentras te ayuda muchísimo”.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Sigues a Elena Martín. Gestiona tus autores en Mis intereses.
Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.
Reporta un error en esta noticia
Necesitas ser suscriptor para poder votar.