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Escombros en la calle Pérez Pujol (ahora Concejo) tras el ataque aéreo, en una imagen procedente de los fondos de la Biblioteca Nacional de España
El bombardeo que conmocionó a la ciudad de Salamanca

El bombardeo que conmocionó a la ciudad de Salamanca

El pasado 21 de enero se cumplieron 84 años del día en el que once personas perdieron la vida en las calles Concejo y Padre Cámara

Viernes, 28 de enero 2022, 12:17

Eran las once y media de la mañana de un 21 de enero de 1938, en plena Guerra Civil. La ciudad de Salamanca había amanecido con niebla. Un fenómeno meteorológico que quizá impidió a los militares que hacían guardia permanente en la torre de las campanas de la Catedral descubrir a tiempo lo que se avecinaba desde el aire y activar las sirenas, como habitualmente, para que la población buscara su seguridad en los refugios.

Más de una veintena de aeronaves de la aviación republicana repartidas en tres cuadrillas —prácticamente la totalidad de sus bombarderos estratégicos— cargadas de bombas de gran potencia lograron esquivar la artillería de defensa antiaérea de la capital charra, donde se ubicaba el Cuartel General de Franco. El objetivo era claro: atacar a la población civil “en la sede del Mando rebelde y faccioso”, como relataba el diario republicano ‘El luchador’, como venganza por los bombardeos sublevados en Barcelona, Reus, Tarragona o Valencia.

Fue un ataque masivo y a gran altura, a unos 5.000 metros, durante unos quince minutos en el que se arrojaron entre 15 y 20 bombas, aunque cuatro no llegaron a explotar, según recoge el investigador Juan Boris Ruiz Nuñez. 8.500 kilos de carga explosiva trasladaban aquellos aviones, subrayaba la prensa republicana.

El corazón de la ciudad de Salamanca, su casco urbano, sufrió aquel día el mayor y más trágico ataque de la contienda española. Los explosivos que más daños humanos y materiales fueron los que impactaron en las calles Padre Cámara y en la calle Pérez Pujol, actual calle Concejo junto a la Plaza Mayor, destruyendo viviendas, comercios y provocando la muerte de ocho personas por la metralla y el enterramiento bajo los escombros, una cifra que días después aumentó a doce tras el fallecimiento de algunos heridos graves. Más treinta personas resultaron heridas en aquel ataque que también se extendió a la calle Zamora, a las vías del ferrocarril, a las inmediaciones del Cuartel Arroquia, a Vázquez Coronado, al camino del Cementerio y muy cerca de la estación de tren en la vía hacia Cabrerizos.

LA GACETA también reflejaba el “criminal bombardeo” en su edición del 22 de enero. Allí relataba que en el Colegio de las Jesuitinas, a escasísimos metros del lugar donde cayó una de las bombas, “todas las niñas salieron milagrosamente ilesas”. Inés Cruz, actual madre superiora de las Jesuitinas en el edificio de los Mostenses, recuerda cómo la hermana Cándida, fallecida recientemente, contaba cómo aquel día algunas familias sacaron del colegio a tiempo a sus hijas mientras otras niñas fueron escondidas en un sótano-cripta durante el bombardeo.

“También dejó sentir la Providencia su protección —continúa el artículo de LA GACETA— en las cercanías del Colegio de los Salesianos donde cayó la bomba sin que los niños que allí se educan sufrieran ninguna desgracia”.

Aquel día las ambulancias de la Cruz Roja y los sanitarios de la Casa de Socorro y del Hospital de la capital trabajaron a destajo. También los Cuerpos de Seguridad y los ciudadanos que, una vez sonaron las campanas de la Catedral anunciando que el peligro había pasado, colaboraron en las tareas de salvamento entre los escombros, tal y como reflejan las fotografías de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

De esos escombros, en el callejón de la calle Concejo donde hoy se ubica el restaurante Valencia y otro local de copas, también surgieron historias milagrosas. El veterano restaurador José Luis Valencia padre recuerda para este periódico los relatos de su abuelo, que trabajó como mayoral de una familia que aquel 21 de enero de 1938 se libró milagrosamente de fallecer entre los escombros de su vivienda en aquel callejón. “Mi abuelo iba por la calle Zamora a llevarles la leche y al oír las sirenas bajó corriendo. De entre los escombros salvaron a una niña recién nacida. La llevaron al Hospital y allí el cura la rebautizó con el nombre de Milagros”, relata Valencia, que en los años 50 se instaló en el que era el local del bar “La bomba”, una taberna de comidas que puso el nombre en recuerdo del ataque.

Tras el fatídico bombardeo, la población quedó conmocionada y las autoridades se encargaron de distribuir ayudas económicas entre los damnificados. El informe del pleno del Ayuntamiento de Salamanca celebrado el 2 de febrero de 1938 presidido por José María Viñuela, así lo reseña: “Se aprueba por unanimidad la Mutua de Comerciales e Industriales contra riesgos de guerra (...) para poder indemnizar a los perjudicados por el bombardeo pasado y por los demás acontecimientos de guerra que pudieran sobrevenir”.

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