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Cáritas Diocesana ha cumplido 60 años de vida desde su puesta en marcha en Salamanca. Durante las dos últimas décadas, Carmen Calzada ha sido el rostro de una entidad que ha tenido que afrontar el apoyo a dos crisis económicas muy duras (tanto la del año 2010 como la de la pospandemia), así como la gestión durante el coronavirus. A los problemas endémicos (paro, vivienda e inflación) se suman el salto de la brecha digital que ha dejado a muchas personas atrás. La ONG afronta el reto de no dejarlas solas.
¿Cómo se ha adaptado Cáritas a las diferentes realidades sociales desde hace 60 años?
—La vida cambia y las instituciones tienen que adaptarse a esa realidad. Precisamente, porque Cáritas es una institución eclesial, es el organismo para el ejercicio de la caridad de la Iglesia, se basa en el Evangelio, como un elemento dinámico que piensa en la realidad de la gente. Cáritas intenta responder a la situación de cada persona como misión y no solo pensando en las necesidad, sino en la vida y su conjunto.
¿Cuáles son los primeros pasos que se dan en Salamanca?
—Surge por un equipo de caridad para atender a los más pobres por parte de un grupo de hombres de Acción Católica. A partir del año 63, el obispo Barbado Viejo crea Cáritas. Era una realidad social con una dimensión asistencial con ropero, reparto de alimentos, farmacia, médicos que prestaban ese servicio en San Benito. Ya en los años 70, el obispo Mauro Rubio tiene en mente la importancia de los cambios sociales en los que dice que la caridad individual no es suficiente, sino que necesitaba una estructura.
¿En dos décadas al frente de Cáritas cuáles son los problemas que más afectan a las familias?
—Salamanca siempre ha tenido una problemática determinada: el paro y la falta de vivienda. Mucha gente recorta en alimentación, en suministros, pasa frío y por supuesto no tiene calefacción ni internet. Te encuentras con muchas familias que si comen, no pagan la renta del alquiler; y si la pagan, no pueden comer ese mes. No llegar a final de mes también supone un deterioro importante de la salud mental, otro de los problemas que estamos viendo que va muy al alza. La experiencia me ha demostrado una cosa fundamental: la pobreza son carencias materiales muy fuertes, pero siendo muy real no es lo fundamental. El problema de la pobreza es de dignidad porque el ser humano es mucho más que una carencia material.
¿Cómo le afecta ver esa situación a nivel personal?
—Cuando ves el sufrimiento constante, esa es una realidad que te interpela y te afecta. A mí la fe me ha ayudado a saber no solo leer, sino vivir esa realidad desde un servicio que no te hunda. Trabajar codo con codo con los compañeros todo lo que hemos vivido, te ayuda desde la fe a mantenerte en pie. De voluntarios a trabajadores hemos sido una familia que estamos preocupados por la realidad de la gente. No somos una Cáritas de repartir cosas, sino de escuchar a la gente con sus problemas y ayudarles a ser protagonistas de su futuro. También de analizar y denunciar la realidad. Cáritas Salamanca ha sido pionera desde el primer momento en analizar la realidad que había con datos y estudios sociales, como el informe Foessa.
¿La pandemia fue uno de los momentos más duros?
—A mí se me quedó grabado el eslogan de 'La caridad no cierra'. Nos organizamos para no cerrar y ayudar a la gente para que tuviera siempre una persona a la que recurrir, aunque fuese por teléfono, más allá de las ayudas materiales y de alimentación y vivienda que seguimos dando. Era un momento de mucho dolor y sufrimiento por las separaciones familiares, la enfermedad de los hospitales y la soledad. Nos organizamos para estar cerca de la gente y nos dio conocimiento de que las cosas no se solucionan solo con ayudas. El ser humano es más que un problema de vivienda y alimentación porque es su vida la que está rota.
¿Cómo afronta ahora el futuro tras este 60 aniversario?
—Cáritas no puede trabajar independientemente de los problemas sociales. Hemos hecho 60 propuestas que van desde garantizar el derecho de acceso a los bienes básicos de todas las personas a favorecer el acceso a una vivienda digna o combatir la brecha digital, una situación que nos preocupa mucho. Esta sociedad está cambiando y tenemos que acompañar a los que se están quedando atrás. La persona tiene que poderse defender mediante el trabajo, tener una vivienda digna para vivir junto a su familia e integrado en la sociedad. Es un problema muy grave la situación de la inmigración irregular. La persona tiene derecho a emigrar y nosotros lo tenemos claro. Somos la única ayuda para los inmigrantes irregulares y las instituciones tienen públicas tienen que cambiar la legislación.
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