Una persona en prisión tiene dos opciones: pasar el tiempo hasta que se cumpla la condena o aprovecharlo para asegurarse un futuro mejor. El venezolano Russell Este Lawrence tiene 54 años y lleva nueve años entre rejas por un delito contra la salud pública por tráfico de drogas. Durante esos años ha pasado por siete cárceles en España: Soto del Real, Valdemoro, Ocaña, Aranjuez, Brians 1, Brians 2 y el Centro Penitenciario de Topas, en Salamanca, donde lleva cuatro años. «Vivía en Holanda y vine a España a buscar material y después... me tocó pasar por está situación», cuenta Russell en una entrevista para LA GACETA.
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Lleva nueve años sin ver a su familia, tan solo por videollamada, y tiene un hijo en Italia que dejó de ver con un año de vida. Ahora tiene 15. «Es una experiencia que no se la deseo a nadie, son cosas de la vida, errores que cometemos, lamentablemente me perdí ver crecer a mi hijo», expresa emocionado. Para él la libertad es lo más preciado que tienen las personas. Tan solo le quedan 16 meses para la total y tiene muy claro que va a aprovechar el tiempo perdido. La primera vez que vea a su hijo quiere decirle que le quiere muchísimo y que le perdone. «Cuando salimos hay mucha gente que vuelve a meterse en follones, pero yo..., ya no caigo en esas trampas. Se acabó...», asegura.
Antes de entrar en prisión era una persona «sin sentimientos», pero ahora ve la vida diferente: «Creo que soy mejor persona, la cárcel me he hecho ser más humano». A pesar de ello, no cree en la reinserción: «Es muy complicado cambiar el comportamiento, son muchas cosas las que uno ve aquí dentro...».
Russell pertenece a un módulo de respeto. Cada mañana desayuna y entra a trabajar de 8:30 a 14:00 horas en una empresa de paneles y cubiertas instalada en el interior de Topas. «Después almuerzo, subimos a la celda y vuelvo a trabajar de 15:30 hasta las 17:00 horas. Luego voy al gimnasio. A las 19:00 cenamos y hasta la mañana siguiente», manifiesta.
Al no tener familia en España, es avalado por Cáritas. Por eso, cuando le conceden un permiso para salir duerme en Cáritas en Zamora: «Cuando salgo llamo a mi familia, me voy a comer fuera porque la comida aquí se hace monótona y paseo por la ciudad. El primer permiso que salí, puf, uno tiene que vivirlo para saber lo que se siente, pero ahora ya estoy acostumbrado a salir y volver».
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Al igual que Russell, Jennifer Restrepo tuvo que separarse de su alma gemela: su hija de 17 años, cuando sus ansias por conseguir dinero fácil la llevaron a pagar tres años y siete meses de cárcel. Lleva un año en Topas y es la presidenta del módulo mixto, una figura asignada para controlar y mediar si surgen problemas en el mismo módulo de respeto.
Tiene 37 años y es colombiana, pero lleva 18 años en España. Toda su familia vive en Bilbao, a la cual visita cuando sale de permiso. La última vez por Navidad. «Nunca me había separado de mi hija ni 15 días seguidos y ahora mira... Cuando salgo la sensación de dormir en casa es inexplicable, el primer permiso salí desubicada, me costó volver a conducir y me agobiaba la gente, solo quería estar encerrada en casa con mi familia y mis perros», explica.
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Jamás se vio en una situación parecida, por eso intenta llevarlo de la mejor manera posible para «no hundirse, ni pensar que su hija esté sufriendo ahí fuera». Antes de entrar en prisión fue encargada de restaurantes, bares y charcuterías y llegó a tener a 40 personas a su cargo. «Me acabé agotando y quise conseguir dinero fácil para montar mi propio negocio. Dejé de trabajar, llegó la pandemía y me comí todos los ahorros, por eso opté por la droga», cuenta.
Con un marcado acento asturiano, María Sol González cuenta como acabó presa por traficar con drogas. Así como sus inicios en el consumo al morir su padre. En Asturias tiene tres hijos y dos nietos. Antes de Topas—donde lleva dos años—estuvo 21 meses en la cárcel de Asturias y nueve en Mansilla de las Mulas, en León. Le quedan seis años y tres meses para salir, convive con Jennifer en el módulo mixto y trabaja en la lavandería. También ha estado en su casa por Navidad y cada permiso le es más difícil regresar: «Le pido a mi marido que se de la vuelta...De camino suelo parar en un bar, me pido un chupito y digo 'bueno, hasta el siguiente permiso».
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Fuera trabajó como cocinera, camarera y tuvo tres prostíbulos, dos sidrerías y dos cafeterías entre 1996, 97 y 98. «Empecé a tirar de las pagas del Estado cuando dejé de trabajar en 2009. Tenía una amiga metida en la cocaína y decidí trapichear ya que pensé que tan solo con ella tenía la vida solucionada. Hasta que un día se chivaron y acabé aquí». Cuando ve el vídeo de su juicio «no se reconoce» por cómo se dirigió al juez debido a la droga. Aunque si algo bueno tiene que sacar de la cárcel es que dentro ha dejado la droga: «Una funcionaria me desafió y en tres meses gané a la metadona».
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