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Hay un quiosco en el Camino de las Aguas que lleva más de 27 años siendo historia viva del barrio salmantino de Prosperidad. Antonio Mimbrero dio sus primeros pasos en el negocio junto a su madre, Leo. «Ella emprendió en este negocio con más de cuarenta años. Yo empecé a ayudarle con diecinueve años y los dos lo llevamos juntos durante mucho tiempo. Mi hermana también nos ha acompañado durante un tiempo», explica. Este negocio tan querido en el barrio abre todos los días del año y con un horario muy amplio: «Al principio no cerrábamos ni a la hora de comer, aprovechábamos esas horas para repasar facturas o hacer limpieza», afirma.
Gracias al negocio, Mimbrero ha visto crecer a varias generaciones de sus vecinos. «Hemos enseñado a contar en pesetas a muchos niños del barrio que hoy en día vienen con sus parejas y con sus hijos», explica. El dueño echa la vista atrás y recuerda la pandemia como uno de los momentos más duros que recuerda. En ese momento, su quiosco no cerró y se convirtió en un negocio esencial. «Vimos a un montón de gente caer y fue una época rara. Para mi salud mental me vino muy bien estar en activo y había gente que solo nos tenía a nosotros para hablar ese día. Ahí me di cuenta del valor que tiene el comercio de barrio y la labor que hace», resalta Mimbrero.
A pesar de dedicarse a un trabajo muy esclavo, que requiere de mucha dedicación, esfuerzo y constancia, la cercanía y el trato directo con el cliente es lo más gratificante para el quiosquero. «La experiencia de compra para el cliente se vuelve más humana y amena. A la gente del barrio ya la conocemos de toda la vida y sabes si alguien está de mal humor, qué puedes preguntar y qué no y hasta el tono de voz», asegura.
Su madre, Leo, se ganó el cariño de medio barrio desde detrás del mostrador. Mimbrero recuerda con cariño esos años que compartió su día a día con ella. «Mi madre de cara al público era mejor que yo, era muy cercana y tenía conversaciones eternas con los clientes. Todos los días entre diez y veinte personas me preguntan por ella», manifiesta. Mimbrero ha dedicado media vida a un oficio que le hace feliz, con el que contribuye a la vida del barrio, y con el que desea continuar. Asegura que en otra vida volvería a dedicarse al mismo oficio. «A mí me gusta mucho lo que hago. Depende mucho también de la etapa vital en la que te encuentras, pero para mí el balance es muy positivo», dice.
El dueño del negocio agradece al barrio todo el cariño recibido durante tantos años de trabajo. «Los barrios van de la mano de los negocios de cercanía y si desaparecen la zona se queda muerta. Esto es lo que le da vida y motor a los barrios, junto a las asociaciones de vecinos, y donde se estrechan lazos y relaciones entre los vecinos», afirma.
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