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De Cuba a Salamanca: una huida de película con final feliz

Yalina, Dámaso e Isabela huyeron de Cuba para vivir en Salamanca. No fue sencillo: un sacerdote conduciendo quince horas un coche cedido por un feligrés, una detención en París, una niña enferma y un juicio milagroso

Domingo, 21 de agosto 2022, 21:47

Alina Medrano lo llama ‘milagro’. Había tardado ocho años en abrazar a su hija. La última vez que tuvo a Isabela entre los brazos era un bebé. Susurra por el teléfono mientras que en la habitación contigua descansan. La historia de la huida de Yalina, Dámaso e Isabela de Cuba tiene todos los ingredientes para formar parte en ‘La Odisea’ de Homero.

Todo comenzó hace ocho años cuando Alina y Francisco salieron de Cuba para asentarse en España. Gracias a que sus abuelos eran españoles, pudieron obtener la nacionalidad y asentarse en Salamanca donde pronto comenzaron a echar raíces en La Purísima donde Francisco ejercía como director de coro. Desde aquel momento comenzaron a pensar cómo traer a su familia. “Vinimos a España buscando un futuro mejor y Salamanca era perfecta porque era una ciudad muy cultural y mi marido es músico profesional. Yo allí era maestra y si no estás con el Gobierno, aunque no te declares opositor ya lo eres”, reconoce.

Para la reagrupación familiar, el Gobierno cubano exigía unas condiciones económicas muy duras cuando los hijos tuvieran 21 años. Los años iban pasando y la situación de la educación controlada por el régimen, la sanidad “con falta de medicinas básicas” y los problemas económicos de la dictadura cubana “esperando horas en colas por un poco de pollo o leche infantil a mil pesos” les iban ahogando. Querían salir de la isla caribeña pero no podían. Otras fórmulas no permitían la salida de la pequeña Isabela. Daniela Biló, una argentina feligresa de La Purísima llegó a viajar a La Habana para entregar a las autoridades una carta de invitación en mano. Finalmente, se optó por una fórmula intermedia para empezar la odisea: Yalina, Dámaso y la pequeña Isabela saldrían de Cuba gracias a un supuesto contrato de trabajo en Guinea Ecuatorial y cuando bajaran del avión para hacer escala en París, allí saldrían del aeropuerto y estarían esperando Alina y Francisco para traerles a Salamanca. Esa era la teoría. Todo sería más largo.

La solidaridad se multiplicó con rapidez en La Purísima. Un feligrés cedió un vehículo de siete plazas, el párroco, Policarpo Díaz, se ofreció para conducir junto a Alina y Francisco. Otro miembro de la parroquia, Daniel, policía jubilado conduciría junto a él para relevarle durante las quince horas de viaje entre Salamanca y París. Todo iba en función de lo previsto. El vuelo de La Habana había salido a la hora correcta y en las pantallas del aeropuerto de París ponía que había aterrizado, pero no había rastro de Yalina. “Nos empezamos a poner nerviosos. Preguntamos a un policía y nos dijo que ese vuelo ya estaba despejado. Nadie sabía nada”. Desde el Gobierno cubano se contactó con Francia para avisar que había un “vuelo caliente” —aquellos en los que viajan indocumentados o se transporta droga—. Antes de que salieran del avión, gendarmes franceses procedieron a la detención de la familia.

En el exterior, Alina no podía con los nervios. Policarpo Díaz contactaba con la Misión Católica de París para pedir ayuda. Les dieron un contacto de un policía español en París para estar conectados. Todo era incertidumbre. “A pesar de que venían con un contrato de Guinea les detuvieron igual y les metieron en un centro de internamiento con unas condiciones malísimas. Estuvieron cuatro días en los que no pudieron ni ducharse y con comida en malas condiciones. Se tenían que lavar con toallitas higiénicas”, relata Alina. La que más sufrió fue la pequeña Isabela que tras el largo viaje y el internamiento enfermó. “Lo que más temíamos es que les deportaran”, recuerda. Díaz empezó a mover sus contactos eclesiales y materiales: las Hijas de la Caridad rezaron por el bienestar de la familia, mientras que los abogados de Cáritas en Salamanca trataban de dar con una solución un domingo por la tarde. La petición de asilo político fue denegada. Sería necesario un juicio que se celebraría al cuarto día del internamiento. A pesar de las malas perspectivas por la situación, el visado en tránsito que tenían para pasar de Francia hacia Guinea Ecuatorial fue fundamental en la defensa. “La abogada de oficio esgrimió además de los documentos la situación que vivían en Cuba todas las personas que eran contrarias al régimen”, detalla y no duda en calificarlo como un “milagro” gracias a las miles de oraciones que llegaron desde Salamanca, París, San Sebastián...

El reencuentro a la salida del centro de internamiento no pudo ser más emotivo. Alina se fundía en un abrazo con la pequeña Isabela. “A las 17:35 horas fue el veredicto y tras esperar media hora por si el fiscal general ponía pegas pude abrazarles. Era demasiada la emoción ya que hacía muchos años que no nos veíamos”, confiesa. Pasaron esa noche en un hotel de París. Acariciando los recuerdos que hasta ahora solo veían a través de una pantalla de móvil. Recuperaron la memoria del tacto. Las quince horas de regreso fueron las más felices que recuerdan. “Es una historia sencilla y bonita pero que cuenta el poder de descubrir juntos la amistad y la solidaridad”, describe Policarpo Díaz sobre un relato que tuvo un “final feliz”, pero un calvario que pasan miles de familias hasta llegar a España.

Tratan de volver a empezar todos juntos en una vivienda. Ya están empadronados y en los próximos días comenzarán los trámites con la reforma de la Ley de Extranjería para saber si deben ampararse como refugiados (eran opositores a la dictadura cubana) o a través de la reagrupación familiar. A veces, solo a veces, hay historias que cierran con final feliz.

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