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Jueves, 25 de febrero 2021, 11:57
Hasta las dos de la tarde no encienden la calefacción central en su edificio y María Egido prefiere quedarse bajo las mantas de las cama hasta pasada la una del mediodía con la radio de fondo. “A mi casa no le da el sol ... por la mañana y es muy fría”, justifica esta salmantina de 96 años. Las llamadas diarias de sus hermanas de Madrid y la visita de la trabajadora de ayuda a domicilio que acude para la limpieza de la casa son los únicos momentos del día en los que puede charlar con alguien.
Desde que se inició la pandemia, esta vecina de Garrido tan sólo sale de casa para ir al supermercado. La televisión ocupa la mayor parte de las horas del día de María que, eso sí, cada día se sube a ejercitar sus estilizadas piernas y su corazón sobre el sillín de su bicicleta estática. La pandemia, la suspensión de actividades para las personas mayores y el miedo al coronavirus han hecho mella en María. “La soledad es horrible. Lo llevo muy mal”, confiesa.
Cuando ella baja a comprar leche y pan no pasa desapercibida con sus botas de tacón, su pelo teñido y peinado y sus abrigos de última moda. María Egido no sólo aparenta veinte años menos a simple vista, sino que atesora un fantástico estado de salud -con tan sólo algo de sordera y el dolor en las lumbares “de los viejos”, como ella dice-, una vista privilegiada, una envidiable memoria a sus 96 años y una apasionante historia de vida como bailarina primero y cantante después por los mejores escenarios y teatros de todo el mundo.
Cuando tenía doce años y una vocación clara como bailarina, sus padres con los cinco hijos emigraron a Madrid. Allí se inició en una compañía de danza juvenil y a los 17 años ya estaba recorriendo los teatros de Portugal, recuerda. María Moreno o Maruja Morena eran los nombres artísticos de esta salmantina que triunfó bailando flamenco, sevillanas, tango... y después cantando con orquestas por los escenarios de Europa, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Egipto, Irak, Turquía, Líbano, Hong Kong, México, Japón... Su casa, repleta de cuadros de aquella época y de recortes de periódicos internacionales, atesora los éxitos de esta salmantina que se quedó a vivir durante años en Australia tras ser fichada por una compañía de baile cuando estaba de gira, y que actuó para las cámaras de TVE y llegó a grabar tres discos. Ahora María confiesa que escucha su música para acortar las horas del largo día en soledad.
Su pareja de baile de origen ruso se convirtió en su juventud en su marido. Aún recuerda con dolor como un día antes de una actuación en Suiza “llegaron unos rusos, se lo llevaron y nunca más le volví a ver”. Posteriormente, un director de orquesta de origen italiano se convertiría en su segunda pareja. También lo perdió años después a causa de un derrame cerebral. “No tuve hijos porque me dediqué por entero a los escenarios”, revela.
Con 70 años, María cambió Australia por Madrid y una vez jubilada decidió mantenerse activa como profesora de baile “voluntaria” para mayores de 60 en un centro de la capital. “Había colas para apuntarse a mis clases. Tenía 80 alumnos y dábamos actuaciones por España. A Salamanca vinimos al Palacio de Congresos. Aún me siguen llamando mis alumnos para decirme que me echan de menos”, cuenta orgullosa María, que siempre tuvo un vínculo muy estrecho con su Salamanca natal, a la que regresó con 80 años.
“Quiero a Salamanca. Mis abuelos están enterrados aquí y tengo una prima que ahora está enferma con la que tengo mucha unión”, relata.
Antes de que la pandemia cambiara la forma de vivir, esta artista salmantina inquieta y muy activa no pisaba en su casa “salvo para dormir”. Viajaba cada mes con el Imserso a un nuevo destino, acudía a los estrenos del Liceo, se tomaba su vermú en la Plaza Mayor, se recorría la planta de moda del Corte Inglés y visitaba el centro de mayores de Los Cedros. “Estoy deseando que me vacunen y poder volver a viajar con el Imserso”, confiesa.
Cuando hace unas semanas se enteró del nuevo servicio del Ayuntamiento “Salamanca Acompaña” para paliar la soledad de los mayores, María marcó el teléfono. Desde entonces y tras una valoración previa, recibe una visita presencial cada dos semanas y llamadas de Yaiza Hernández, la trabajadora social, que realiza una escucha activa, fomenta su memoria con ejercicios y atiende sus necesidades. “Me ha venido fenomenal”, reconoce feliz María.
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