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Aprieta con fuerza los labios mientras las cuerdas vocales no emiten ninguna vibración. Trata de controlar la emoción, mientras una lágrima se pierde a través de la mejilla sin querer retirarla. Como si el gesto de tratar de apartar la gota con los dedos, la mostrase más vulnerable. Alina solo observa con la mirada perdida como si detrás estuviese la proyección de su recuerdo en llamas.
A su derecha, Olga saca el móvil y muestra la casa donde nació: la mitad de la fachada está arrasada. «Ya no queda absolutamente nada de los lugares donde crecí y los parques donde jugaba cuando era niña. Solo queda miedo en Jersón, un lugar donde los bombardeos no paran». En las Fiestas tuvo que ver los fuegos artificiales con sus propios ojos para comprobar que no eran bombas.
Cada una traslada su dolor. Con palabras, silencios o lágrimas pero la característica común de tener el corazón encogido en el hogar de Proyecto Hombre que acogió a muchos de ellos hace tres años. Primero, de forma temporal. Ahora con un destino incierto en el que la vuelta a casa ya no es un horizonte próximo desde el destierro.
Tetiana tampoco contiene las lágrimas cuando describe cómo su marido está en el frente de batalla como jefe de operaciones de los drones del Ejército ucraniano. «Su mensaje diario es una prueba de vida», explica sobre un sentimiento difícil de describir: «Es como un sueño horrible del que nunca despiertas. El sonido de las sirenas, cada espera de un mensaje que no llega... Primero fueron unos días, luego unos meses... y no sabemos si podremos volver. Ya no queda paciencia». Tetiana se rompe.
Katia recurre a su marido para contar su historia. Cuanto tuvo que emprender una odisea para asistir al funeral de su padre cruelmente asesinado por las tropas rusas. Duelos inconsolables a 3.000 kilómetros. Stanislav muestra el rostro de Andry Hryynivk su suegro fallecido en el móvil y el mensaje del Ejército ucraniano en castellano para recordar el servicio ejercido en las fuerzas ucranianas. «Tenía miedo de poder ir al funeral para dar el último adiós por si no iba a poder volver. No es justo», reconoce. Liuvob tuvo que emprender también un viaje doloroso. Estuvo en el programa estatal de refugiados y pasó posteriormente a la casa de acogida de Proyecto Hombre. Durante seis meses observaba la urna con los restos de su padre que había viajado junto a ella en Salamanca escapando de la guerra. Quería que sus restos descansaran en suelo ucraniano, pero corría el riesgo de que su marido y sus hijos fuesen arrestados. 36 horas con los brazos apretando la urna para cumplir con la memoria paterna superando controles y dejándolo lo más cerca posible del territorio ahora ocupado por Rusia.
22 relatos de familias que tratan de recuperarse entre el dolor y el destierro. «Es una guerra despiadada que deshumaniza. Tratamos de que se sientan como una familia para unas personas que tienen mucho dolor», reconoce Manuel Muiños, presidente de Proyecto Hombre. Valery es ciego absoluto y vino desde Alicante junto a Svitlana. «Está siendo un hogar en tiempos difíciles», reconocen.
La esperanza se olvida cuando se ve el diálogo entre Putin y Trump en la televisión. «Son amigos, ¿cómo van a querer el bien para Ucrania? Mientras siga habiendo territorios ocupados no habrá paz», reconocen. El alimentos de sus recuerdos está arrasado y la esperanza apenas se hace un hueco entre la nube de cenizas que les martillea cada mañana cuando abren las redes sociales. Los pequeños brotes de ilusión los representan Luka y Zlata. Corretean por la pequeña pradera mientras que al fondo se observa la silueta de las Catedrales. Abrazan a Muiños al que llaman cariñosamente Papá Noel. Quizás por aquellos juguetes con los que les recibió cuando llegaban de un viaje aterrador de 36 horas. Crecen en una Salamanca libre con el sueño de volver a ver a su padre regresar de un frente sin bombas.
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