En un mundo que avanza a toda prisa, hay lugares que conservan la magia de lo hecho con paciencia y dedicación. La Mercería Hebras es uno de esos rincones especiales, donde los hilos unen más que telas: conectan generaciones, recuerdos y sueños. Desde hace décadas, este pequeño negocio ha sido un refugio para costureras, bordadoras y amantes de la artesanía, un espacio donde cada botón, cada cinta y cada ovillo de lana cuentan su propia historia. En pleno corazón del Barrio del Oeste, en el número 5 de la calle Cuarta, entre estanterías repletas de colores y texturas, se respira tradición.
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Y es que el negocio que regenta Fernando Muñoz, heredado de sus padres y especialista en vender material para confeccionar trajes charros, es un lugar donde el arte de la costura sigue vivo, resistiendo el paso del tiempo y demostrando que, aunque las modas cambien, el valor de lo hecho a mano nunca se pierde.
«Yo empecé en el negocio porque lo tenían mis padres, que, a su vez, lo heredaron de mis tíos. Como llevábamos toda la vida, decidí cogerlo. En principio, empezó siendo una mercería, pero, después, al ver que la cosa no funcionaba, decidieron cambiarlo a juguetería. Fue cuando lo cogimos mi mujer y yo cuando, de una vez por todas, lo transformamos en mercería», asegura Muñoz para LA GACETA, que también recuerda qué fue lo más difícil para él a la hora de dar los primeros pasos en el pequeño comercio. «Yo estudié Informática, pero, como en Salamanca apenas había oportunidades laborales y me tenía que ir a Madrid y no me apetecía mucho, decidí heredarlo. Lo más difícil, quizás, fue el ir aprendiendo poco a poco. Al final, aunque yo llevase viendo trabajar a mis padres desde los 11 años, siempre hay muchas cosas que desconoces, pero que luego vas aprendiendo. Cuando entré en él, en el año 2000, desconocía muchas cosas de la costura. Lo de los trajes regionales lo conocíamos porque, al final, llevamos trabajando en ello toda la vida, pero, a día de hoy, he de decir que sigo aprendiendo», rememora.
Sobre lo complicado que, en la actualidad, resulta estar al frente de un pequeño comercio por la fuerte irrupción que han protagonizado las nuevas tecnologías y los negocios más vanguardistas, Fernando Muñoz afirma que la mejor forma de fidelizar a los clientes que llevan pasando años por su mercería y seguir en pie es «dar un buen trato». «Si a la gente la tratas bien, todo es posible. Al final, nuestra mejor publicidad es el boca a boca», recalca el propietario de la Mercería Hebras, añadiendo, además que «resistir es difícil» y «se ha visto con la apertura de mercerías que han tenido que cerrar al año o a los dos años porque no podían subsistir».
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Y, entre los clientes que han traspasado la puerta de este pequeño comercio del Barrio del Oeste, como no podía ser de otra manera, han figurado algunos famosos como el ciclista salmantino, natural de la localidad de Monterrubio de Armuña, Agustín Tamames, olímpico en el año 1968 y campeón de la 'Vuelta a España'. «Agustín ha venido varias veces porque tenía un piso aquí al lado. También lo ha hecho su madre, clienta habitual. Todavía conservo la foto que me dio cuando vino una vez», recuerda Fernando Muñoz, que lamenta que, en unos años, el negocio no vaya a seguir en pie en el marco de su saga familiar porque su hijo no lo heredará. «Si nadie coge el traspaso, cerraremos porque mi hijo no va a seguir con él. Me da pena porque creo que somos de los pocos pequeños comercios que trabajamos el traje charro», reconoce.
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«En la Mercería Hebras, lo que hacemos es vender el material que se necesita para hacer un traje charro. Luego ya la gente se hace el suyo porque resulta caro. A día de hoy, lo que más se compra es el abalorio que se añade al mismo, aunque he de decir que cada vez se lleva menos después del boom que tuvo en los años 80 y 90», sentencia Fernando Muñoz, añadiendo que la tía de su mujer también hacía muñecas charras y las vestía.
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