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Javier Hernández
Salamanca
Domingo, 3 de marzo 2024, 06:15
Un médico cubano tratando de huir del país. Agentes de seguridad en el aeropuerto, listos para darle el alto por «tratar con el enemigo». Las embajadas de España y Canadá dándole cobertura diplomática para escoltarle hasta la escalerilla del avión… Suena a ficción, pero fue muy real. Se van a cumplir 28 años desde que el vuelo IB6620 despegó en La Habana, aterrizó en Madrid y transportó a Eduardo Consuegra: el actual jefe de Pediatría del Hospital de Salamanca.
Consuegra estudió Medicina en La Habana. Se especializó en Pediatría y, posteriormente, cursó una subespecialidad en Cardiología pediátrica que le llevó a dedicarse a los Cuidados Intensivos Pediátricos.
Corría el año 1991. Estados Unidos e Irak se enfrentaban en la 'Operación Tormenta del Desierto' y Cuba se posicionó del lado de Sadam Hussein. Como muestra de amistad, Fidel ofreció un cuerpo de médicos de élite para ayudar durante el conflicto. «Yo por entonces era un médico joven con buena formación y me llamaron para decirme que había tenido el honor de ser elegido entre los miembros del grupo que iba a viajar a Irak», recuerda el facultativo, que tuvo clarísima su respuesta: «Dije que muchas gracias por tenerme en cuenta, pero que me negaba a ir a Irak».
Aquella negativa fue catalogada de «actitud antirrevolucionaria», pero Consuegra se mantuvo firme ante las presiones que siguió recibiendo. Fue el principio del fin, pero hay finales que son un comienzo.
Al pediatra le fueron arrinconando en el trabajo. Le obligaron a formar al médico que iba a quedarse con su plaza tan pronto como estuviera listo. Le consideraban «un agente contaminante» y sus compañeros le dejaron de hablar. «A veces, si no había nadie cerca, alguno me decía que sentía por lo que estaba pasando, pero que ellos tenían familia y que tenían que cuidarse», explica.
Sabedor de que tenía los días contados en la sanidad cubana, Consuegra empezó a buscarse las habichuelas. La embajada de Canadá le contactó a través de un amigo y le propuso que pasara consulta una vez a la semana. «Al menos con eso entraba algo de dinero en mi casa. Era muy poco, pero para los cubanos era muchísimo», justifica. Lo debió de hacer bien porque otros diplomáticos se fueron enterando de la existencia de un joven médico que dominaba el inglés y al que se podía llamar cuando alguien enfermaba. «La Habana en bicicleta hay que vivirla, ¡eh! Pero cada vez me llamaban de más sitios», apunta el pediatra.
Consuegra empezó a atender pacientes de la embajada de Reino Unido, luego la de España… y la de Estados Unidos. Ese fue el detonante.
«En la embajada americana tenían un montón de chiquillos que no sabían manejar porque su médico viajaba cada 15 días y no era pediatra, así que me pidieron que les viera yo. Acepté, pero al cabo de un tiempo me citaron desde el Gobierno de Cuba y me hicieron un interrogatorio como en las películas: con los focos apuntando, la grabadora de cinta…», rememora.
En aquella 'reunión' acusaron a Consuegra de ser «agente del imperialismo» y de tener «contacto con el enemigo». «Les dije que no tenía contacto con ningún enemigo. Entonces ellos me mostraron fotos en las que aparecía yo con miembros de la embajada americana. Mi respuesta fue que, en efecto, esos no eran enemigos, sino mis amigos, porque a mis amigos los elijo yo. La respuesta les sentó muy mal y me amenazaron con invalidar mis títulos de especialista y con meterme preso».
El médico salió de la reunión con la certeza de que tenía que escapar de Cuba si no quería terminar en la cárcel. «Salí corriendo en busca de ayuda. Sabía que no me habían hecho más por mi buena relación con la embajada de Canadá, pero la situación era urgente».
Consuegra se movió rápido y optó por picar en la puerta de la embajada española por la plena confianza que tenía en los diplomáticos Alejandro Alvargonzález y Javier Sandomingo. «Los dos tenían una empatía enorme con el pueblo cubano. Sé que les debo la vida y los llevo siempre en mi corazón», confiesa. «Me preguntaron si tenía algún tipo de documento que atestigüe que me expulsaron del hospital por no ir a Irak. Les entregué aquella carta y me preguntaron: '¿Está usted pidiendo asilo político a España?' Respondí que sí y en septiembre de 1996 me llevaron a España.
Todavía faltaba por vivir el episodio más tenso de todos. Un thriller que perfectamente podría haber inspirado a Ben Affleck cuando grabó la trepidante película Argo.
El pediatra fue conducido al aeropuerto José Martí con escolta diplomática de sus amigos canadienses y españoles. Una vez en la terminal, un supuesto aviso de Iberia llamó al pasajero Eduardo Consuegra a través de la megafonía. «Los diplomáticos me dijeron que no era Iberia quien me estaba llamando y que no me moviera», relata.
A los pocos minutos un agente de seguridad del estado cubano se presentó solicitando los pasaportes de quienes fueran a viajar. Consuegra entregó su documentación junto con la de su mujer e hijo, pero lo que iba a ser una detención inmediata dio paso a un juego de alta diplomacia. Los representantes españoles y canadienses entregaron sus documentos, junto a los de Consuegra, ante la oposición de los agentes cubanos.
A regañadientes aceptaron el embarque, pero antes de retirarse uno de los agentes susurró algo a la espalda del pediatra.
-«¿Qué te ha dicho?»-, preguntó el español alarmado.
-«Que nos vemos ahora»-, respondió Consuegra, que no entendía nada.
El diplomático lo vio muy claro y salió corriendo en busca de 'algo' ante el estupor del médico, que solo preguntaba qué estaba pasando.
-«Pues que te van a pillar abajo porque nosotros no te podemos dar escolta diplomática hasta la puerta del avión. En cuanto entres en la pista te pueden detener»-, le explicaron.
El pediatra y su familia se incorporaron a la cola de embarque con la sensación del que se encamina al matadero. «Íbamos avanzando. Bajamos las escalerillas y justo cuando íbamos a llegar a la pista apareció mi amigo con un cartel especial de pase a pista que ya le autorizaba a estar ahí. Nos agarró a mí por una mano y a mi mujer con la otra. Ese gesto nos daba una escolta diplomática hasta la escalerilla del avión. Él exigió permanecer ahí hasta vernos entrar en el avión y que la escalerilla hubiera sido retirada. Fue traumático», confiesa.
Su rostro aparentaba firmeza –«Mi mujer me decía que qué valiente que soy, que qué entero estoy…»-, pero era el bloqueo producto del miedo.
Pasadas las 17:00 de la tarde, el vuelo IBE6620 con destino a Madrid aceleró y dejó de tocar suelo cubano. «En el momento en que el avión despegó, lloré lo que no está escrito. Lloré por todo. Por alivio, pero también porque dejas atrás toda tu vida entera. Ni siquiera sabía cuándo podría volver a ver a mi madre».
A Madrid llegó con una raquítica maleta en la que solo guardó «unas pocas prendas y los títulos de Medicina». La Cruz Roja Internacional le acogió como refugiado en un centro de Vallecas. «Lo recuerdo como una magnífica experiencia. Tenía un techo, comida y a mi familia», dice.
Su primera obsesión en España fue la de homologar los títulos de Medicina. Ahora que tanto se habla de la homologación de médicos no comunitarios, el jefe de Pediatría es uno de los especialistas que tuvo que someterse a un exigente examen -casi un MIR- para demostrar que la formación que había recibido en Cuba era válida para el sistema español. «Estudié como un loco. Por entonces era un examen muy duro, pero lo aprobé y ya podía trabajar», celebraba.
Y no paró desde entonces. Empezó en el Hospital de La Zarzuela, estuvo casi 13 años en Canarias, pasó al grupo Quirón en Barcelona y regresó a Madrid a través del Gómez Ulla... Precisamente en el Hospital de La Zarzuela es donde conoció a otra de las figuras clave en su vida: el pediatra Pedro Gómez de Quero, que fue quien le 'trajo' al Clínico. «Pedro se convirtió en jefe de Pediatría en Salamanca y me habló de que había un servicio muy sólido y un gran proyecto de Hospital, por lo que trasladé mi plaza de Canarias hasta Castilla y León». Eduardo se asentó en Salamanca y en 2019, cuando Gómez de Quero aceptó ser director médico del Complejo, él asumió la jefatura de Pediatría donde es «muy feliz».
A diferencia de lo que cantaba Luis Aguilé, a Consuegra le quedan ya muy pocas cosas en Cuba. Sí acaso, la pena de ver la situación por la que atraviesa su país, pero la mayoría de sus amigos «ya marcharon» y la añoranza de su tierra nunca llegó a embarcar en aquel vuelo de Iberia. «El cubaneo extremo me sobrepasa. No soy una persona a la que le guste el calor. Estoy feliz en Salamanca con el frío y los cambios de estación. Tampoco me gusta la salsa ni el baile. Sinceramente, no lo echo de menos. Yo aquí, comiendo jeta, soy feliz. Me he vuelto muy charro. Y cada cierto tiempo, para ver a mi familia viajo a Miami, que es como La Habana... pero con cosas».
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