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También es Navidad para los abuelos y mayores salmantinos, que detrás de su mirada nostálgica y las arrugas de su rostro, guardan el recuerdo de aquellas grandes historias que vivían con ilusión cuando eran pequeños en esas Navidades que pasaban en familia con «lo poco que tenían». Con la mente puesta en ese recuerdo, los abuelos de la residencia Ballesol viven las festividades de hoy en día de una forma diferente, aunque teniendo siempre presente que la familia es lo primero y trasladando a los jóvenes dos grandes consejos: disfrutar del presente y no olvidar a los abuelos.
Dori García, natural de El Pego (Zamora), recuerda «como si fuese ayer» a sus abuelos llegando en burra desde El Pego a Zamora, con un viaje de treinta kilómetros, para felicitar la Navidad a su padre en su lugar de residencia: «Antes las familias eran una piña y eso se está perdiendo. Disfrutábamos los unos de los otros mucho más, aunque no tuviésemos muchos lujos», reconoce. Se consideró una niña feliz, pero también afortunada en los tiempos que corrían: «Una vez un catedrático amigo de mis padres me regaló una Mariquita Pérez. Lloré hasta no poder más. Ese señor me permitió tener juguetes maravillosos y nunca se me va a olvidar esa infancia», afirma. Al recordar las fiestas de su niñez, se le viene a la cabeza su abuela y sus ojos se vuelven vidriosos: «Teníamos un tío en Barcelona que nos traía turrones de muchas clases, algo que era inimaginable que mi familia pudiese comprar. Mi abuela los escondía como un tesoro en el baúl para la Nochebuena y cuando iba al baúl ese día no estaban. Los nietos habíamos hecho de las nuestras», reconoce.
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Pilar Blanco, natural de Salamanca, recuerda la ilusión de aquellas noches largas de Reyes: «Había familias que tenían dinero para regalar y otras que no. Nosotros siempre tuvimos algo, gracias a Dios. Mi hermana y yo teníamos una muñeca. Mi mamá, que sabía coser, nos hacía trajecitos a medida para ella y nos los echaba de Reyes», asegura. La anciana pide a las nuevas generaciones que aprendan a valorar: «Nosotros con menos éramos felices. La ilusión de llegar a casa con algo más, aunque fuese una naranja o un dulce, no se puede describir», asegura.
Para Agustina Barrio han sido unas Navidades difíciles, las primeras sin tener a su marido al lado. Las navidades de su infancia las pasaba en un pueblo de la provincia de Burgos: «La familia estuvo muy unida siempre y todas las Navidades que recuerdo fueron felices. Nosotros no teníamos tres ni cuatro regalos, con uno bastaba y muchas veces eran dulces o cosas para comer», reconoce.
La salmantina Trini Sánchez, recuerda con cariño su regalo de Reyes de cada año: «Siempre nos traían una caja de caramelos y no puedo explicar lo contentos que nos poníamos.», asegura. Asimismo, anima a las nuevas generaciones a pensar en los mayores: «A la gente joven le diría que se acuerden de los abuelos, hay muchos abuelitos solos y no tienen dónde ir o quién les escuche en estas fechas», afirma.
Leonardo García, de Candelario, vivió las Navidades de la Guerra Civil y de la postguerra: «La vida de entonces era durísima. Aún así, en casa había gallinas, cabras, huerta y mi padre estaba bien situado. Nunca nos faltó para comer, pero no teníamos excesos navideños», afirma. A él nunca le faltó un detalle la noche de Reyes: «Me traían pistolas de juguete, dulces o figuras para el nacimiento. Tampoco me faltó nunca un libro o algo con lo que aprender. Fui muy afortunado y todo se lo debo a mi padre», reconoce.
LA GACETA visitó la residencia de mayores Ballesol para acudir a una de las actividades navideñas que han preparado esta Navidad: un teatro de marionetas.
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