Un año luchando contra la lacra de la esclavitud infantil desde Salamanca

«La libertad es un derecho inalienable de cada niño en este mundo. No podemos permitir que el miedo y la opresión les roben su infancia». Para lo pequeño que era, Iqbal Masih era todo coraje, corazón, valentía y determinación. Con frases como esta, se ganó a pulso el convertirse en un símbolo de lucha contra la esclavitud infantil en Pakistán y en todo el mundo, donde, ahora, perduran las palabras con las que una y otra vez reclamó justicia y libertad para los más pequeños.

16 de abril de 1995. Localidad pakistaní de Muridke. Iqbal Masih, que, con apenas cuatro años, fue cedido por su padre a una fábrica de alfombras de Punjab a cambio de un préstamo para pagar la boda de Aslam, su hijo mayor, muere asesinado cuando va de camino a la iglesia con su familia. Tenía 12 años y, a sus espaldas, varias amenazas de muerte. Desde entonces, ese día se celebra el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil, siendo una lacra que, todavía a día de hoy, sigue presente y contra la que el activista pakistaní Ehsan Ullah Khan -creador del Bhatta Mazdoor Mahaz (frente de los trabajadores de ladrillos)-, que consiguió sacar de la esclavitud a más de un millón de trabajadores de la industria del ladrillo en su país y liberar al propio Iqbal Masih de su 'trabajo' como tejedor de alfombras, sigue batallando sin cesar apoyando iniciativas como la que hizo que surgiera hace exactamente un año en Salamanca la Asociación Iqbal Masih Contra la Esclavitud (AIMCE), impulsada por el Colegio Oficial de Graduados Sociales de Salamanca.

Su vicepresidente, José Luis Muñoz Ruano, habla con LA GACETA de las metas que, 365 días después de su fundación, sigue persiguiendo la asociación. Luchar contra cualquier forma de opresión, dar a conocer la figura de Iqbal Masih a la sociedad en general y, especialmente, en los espacios educativos, generar paz a través de los mecanismos de educación como herramienta para la libertad y el respeto de los derechos humanos y empoderar a los más pequeños para que se les escuche y puedan desarrollarse sin límites son los fines que persigue, además de que también saca a la luz cómo en tiempos del pequeño Iqbal los niños trabajaban con una cuchilla y un peine de acero o cómo sus manos terminaban pareciéndose en pocos meses a las de un viejo campesino.

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