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Viernes, 23 de abril 2021, 20:26
Co 40 años sobre los escenarios más otro de pandemia, Los Secretos llegan este sábado al Caem con todo vendido. Álvaro Urquijo, descendiente de salmantinos, siente pasión por el farinato de la tierra.
–El concierto de Salamanca es en acústico y en formato trío.
–Hicimos conciertos en acústico hace 15 años y no solo me gusta, sino que me encanta. Es despojar a la música de los accesorios y quedarte con la esencia. Para mí un trío es mucho más trabajo: en un concierto grande vas arropado por toda la banda —tres guitarras, bajo, batería, teclados— y no se notan tanto los defectos si los pudiera haber. En formato trío es todo más nítido, más puro, como si hubiera una línea: hay aire entre los instrumentos, entre mi voz y las guitarras, y entre el público y nosotros. Para mí es el show más exigente, en el que más me desfondo y en el que más me entrego. Es un reto, con un repertorio emotivo y, a la vez, entretenido. Tenemos más complicidad, la tranquilidad de poder improvisar y hacer canciones que pida el público y no estén en el repertorio.
–Incluyen sus éxitos.
–Nuestros éxitos, en versiones muy sentidas y cercanas al original: mi hermano Enrique y yo componíamos con guitarra acústica y nada más. Luego añadíamos un arreglo que le diera personalidad —un riff, una intro como en “Déjame”...—, luego añadíamos el bajo, la batería, y cambiábamos las guitarras acústicas por eléctricas. Eso era en los 80, pero eso se ha quedado a fuego para mí.
–Una vez pagó un dineral por ver a Van Morrison y no interpretó ni un solo hit.
–Yo presumía de que conocía la obra de Van Morrison. Pero le había perdido la pista en los tres últimos discos. Vino, descargó lo último y un grupo instrumental estuvo tocando canciones irlandesas. Con la barbaridad de dinero que habíamos pagado (yo había invitado a un amigo mío), salí como si me hubieran dado un bofetón. Luego me enteré de que a la semana siguiente hizo un show con todos sus éxitos. Cada uno tiene su libertad, pero yo como músico jamás haría un show pasándome al público por el arco del triunfo. Quienes pagan entradas tienen cierto derecho a recibir algo cercano a sus deseos. Yo cuando voy a un concierto espero que suene bien y que toquen las canciones que me gustan. Pues nosotros igual: no podríamos hacer un show de canciones que no son tan populares como el resto de nuestro repertorio e irnos tan felices.
–Lo primero es el público.
–Nunca hemos sido iconos de la música pop-rock, ni hemos vendido millones de discos, ni nos pasamos al público por el arco del triunfo. Todo lo contrario. Somos un grupo forjado y alimentado por el público literalmente. Cuando muere Canito, el primer batería nuestro, en el concierto de homenaje nos aplaudieron muchísimo y nos animaron a seguir. Encontramos a Pedro y también murió en un accidente de tráfico. En ese momento estábamos hundidos, pero fuimos a un bar a comprar tabaco en el año 85 —en un viaje de ocio cuando estábamos con el grupo desecho y sin discográfica, con mi hermano Javier en la mili y Enrique y yo solos—, y sonaban Los Secretos a tope y la gente se sabía las canciones. Fue un shock, algo así como si fuéramos Mick Jagger entrando en una discoteca de Madrid antes de la pandemia.
–Cuando murió Enrique también dieron un paso adelante.
–Hicimos una pequeña gira de presentación de un disco de homenaje en 2001 en el que participaban muchos intérpretes. Había que pagar las deudas de mi hermano cuando murió: se había comprado una casa y solo había dado la señal, y para dar la señal había pedido un anticipo a la Sociedad General de Autores. Era muy dadivoso y pagó de su bolsillo el disco de Los Problemas. No le importaba el dinero. En la gira, tocamos en Zaragoza con Amaral y Bunbury, en Murcia con Carlos Tarque, en Valencia con Carlos Goñi... Hicimos siete u ocho conciertos y ahí se terminó la cosa. Pero empezaron a llamar pensando que habíamos vuelto. Como nos querían contratar (aunque ya no estaba Enrique y no llevábamos invitados) y eran aforos pequeños, dimos el paso con muchísimo respeto a ver qué pasaba. Empezamos en salas pequeñitas (la primera fue en Valladolid). Luego pasamos a teatros y dos años después hicimos nuestro primer disco sin Enrique y más tarde, en 2008, llegamos a la plaza de Las Ventas. Habíamos pasado de estar disueltos hacía seis años a tener el respaldo del público. La vuelta de Los Secretos no fue una cuestión comercial, sino natural y empujada por el cariño del público y sus ondas gravitacionales.
–Dice que no han vendido muchos discos.
–En 40 años hemos vendido 1.200.000 copias de 16 discos. No somos unos números 1 ni somos de los que más seguidores tienen en redes sociales, pero nuestra música sí ha calado. Tenemos millones de visitas en YouTube, que no te hacen rico, pero nunca se ha escuchado tanto a Los Secretos como en estos días y eso se traduce en las ganas de vernos en directo. Antes de la pandemia hacíamos una media de 75 conciertos al año. De 2008 a 2014, con la crisis, nos adaptamos minimizándonos. Y ahora con la pandemia también nos hemos adaptado a las exigencias de la covid. No es para hacer caja, con un tercio del aforo, sino para seguir con la maquinaria engrasada. Que siga habiendo actividad cultural, por ejemplo en Salamanca, para nosotros es importantísimo. Cuando ha habido una situación de duda en nuestra trayectoria, siempre hemos dado un paso adelante un poco a ciegas, como un acto de fe. El año de la pandemia hemos hecho 30 conciertos, también con la intención de dar trabajo a las 16 familias vinculadas a Los Secretos. Y por echar una mano a todos los que nos rodean con la música en directo: técnicos, pipas, los mánager...
–Los números no salen ahora ¿pero saldrán más adelante?
–Espero que sí. Nosotros somos privilegiados y hemos podido tirar de un remanente un año, pero tengo amigos músicos que vivían muy al día y las están pasando canutas, fatal. Y han cerrado y quebrado salas, cuando el ocio nocturno es el fundamento para las bandas que no llenan un teatro.
–Se ha criado con los embutidos y el farinato de Vitigudino.
–La mitad de mi familia es de Salamanca. Mi abuela era de Vitigudino y mi abuelo de Salamanca. Mis padres se conocieron en Vitigudino, porque mi madre iba allí de veraneo y mi padre era ingeniero en la presa de Aldeadávila. Fue muy romántico. Se conocieron en las fiestas de un pueblo cercano y luego empezaron los dos en Madrid desde cero. Y los Prieto tenían tiendas en Salamanca a principios del siglo XX. En el último concierto en Ciudad Rodrigo, el alcalde, muy amable, nos regaló farinato envasado al vacío. Igual que el que tengo grabado a fuego de mi infancia, que nos llegaba por los renteros de la finca de mi abuela. Una exquisitez.
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