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Los Secretos, con Álvaro Urquijo en el centro, que el viernes tocarán sus éxitos en el CAEM.
Álvaro Urquijo, de ‘Los Secretos’: “Me he criado con chorizo de Vitigudino”

Álvaro Urquijo, de ‘Los Secretos’: “Me he criado con chorizo de Vitigudino”

El grupo presenta su último trabajo en el CAEM de Salamanca

Miércoles, 11 de marzo 2020, 11:43

Los Secretos presentan el viernes en el CAEM de Salamanca “Mi paraíso”. Álvaro Urquijo avanza que no faltarán las canciones más exitosas de la banda. “Nadie saldrá defraudado del concierto”, dice.

–Después de 40 años de carrera, ¿en qué momento se encuentra la banda, que tiene un sonido muy reconocible?

–El público nos ha arropado año tras año y década tras década. Nos ha animado a continuar. Y como todos los artistas, acabamos haciendo canciones nuevas para el público. Queremos perfeccionarnos, no estancarnos ni vivir de las rentas. Estamos en el mejor momento porque tenemos el reconocimiento de los compañeros y del público, además de la satisfacción de seguir trabajando. Tenemos una suerte enorme.

–Empezó a trabajar con 17 años y a cobrar a los 18 años. Ahora pasa 200 días al año fuera de casa.

–Casi, casi. Honestamente, los desplazamientos es lo que peor llevo. Antes toleraba mejor los viajes, aunque ahora hay mejores carreteras, AVE, aviones asequibles...

–En casa tiene una habitación siempre con maletas a medio hacer.

–Todo el mundo que pasa por ahí, dice: ¡horror! Tengo ropa preparada para los conciertos, otro cubo para la ropa sucia... Mi guardarropa es más de ropa para tocar y viajar que para estar en casa.

–Si no da conciertos, le falta algo.

–Me encanta tocar y en el escenario tenemos muchas ventajas. Llevar 40 años te hace estar más seguro, perfeccionar, intentar hacer las cosas un pelín mejor cada vez. Ya sabes mucho, eres más sabio, y tecnológicamente los equipos son más perfectos y sofisticados que en los 80. Estamos muy al día tecnológicamente, pero no por capricho, sino para ofrecer un show cada vez de mejor calidad. Y también tenemos el espíritu de sacrificio y no solo de poner la mano cuando hacemos conciertos.

–Su padre les compró una guitarra, unas armónicas y era muy melómano.

–Era un amante de la música. Tenía un buen equipo, viajaba y compraba discos muy chulos. Él nos aficionó a la música.

–Pero luchó mucho para que sus hijos no se dedicaran a la música.

–Yo creo que ahora la cosa sería distinta. Pero llevó mal que sus tres hijos varones se dedicaran a la música cuando no parecía que nadie se pudiera ganar la vida con dignidad en una época en la que no existían referencias de grupos, salvo Tequila y Burning. Y en los primeros 80 ni siquiera las salas o los ayuntamientos eran sensibles con la nueva generación de artistas que queríamos buscar nuestro hueco. Tuvimos que hacer mucha trinchera para ser respetados. Más de una vez, dos o tres, nos sucedió llegar a un sitio para tocar y el empresario, como no había internet, decía: ¿vosotros, tan críos, vais a tocar? Y había que esperar a que llegara su hija o el disc-jockey de la discoteca para montar porque pensaban que les habían engañado.

–Durante un tiempo estudiaron en la universidad.

–Yo me apunté en Ciencias de la Información, en Imagen y Sonido; iba a las clases que podía y llegué hasta tercero. Mi hermano Enrique terminó segundo de Económicas y mi hermano Javier, primero de Medicina. A mi padre le costó muchísimo asumir que no íbamos a seguir estudiando. El trabajo nos demandaba tanto tiempo fuera de casa que fue imposible simultanear estudios y carrera profesional. Mi padre ahí se enfadó. Pero nosotros éramos muy aficionados a la música y queríamos probar qué era grabar un disco, que sonara tu música en la radio, aunque no queríamos dedicarnos profesionalmente a la música. Fue la profesión la que nos arrancó de casa y nos obligó a dedicarle más tiempo. Y cuando ya nos cautivó, no quisimos seguir estudiando porque queríamos hacer música.

–¿Cómo aprendió a tocar la guitarra?

–De forma totalmente autodidacta en los primeros años. Me compré una guitarra eléctrica de 12 cuerdas, como había visto a los Byrds o George Harrison. Me saqué mis truquillos: aprendí los acordes básicos y luego lo demás era pura intuición. En 1985 tomé clases de armonía, aunque el profesor me dijo que ya había aprendido mucho. La intuición de aprender de oído, te hace tener más recursos armónicos en la cabeza que te inventas tú. Nosotros hicimos una mezcolanza de todo lo que habíamos oído del folk rock y el country americano más el golpetón de la new wave. Entonces había muchos grupos y muy interesantes: Men at Work, Crowded House, los Pretenders, Devo, The Cars, U2, Police... Hicieron que gente como nosotros diéramos el paso de ensayar, grabar maquetas e intentar sonar en la radio.

–Tras la desaparición de Enrique, tuvo que tocar la guitarra y cantar.

–En cada disco había cantado un par de canciones, que eran las que hacía yo y eran más personales. Pero no me consideraba cantante en absoluto. Después de la muerte de mi hermano, hicimos una gira homenaje para promocionar un disco tributo y reunir fondos para su hija. Eso nos llevó otra vez al escenario, al estudio y nos volvió a picar el gusanillo. Y con humildad, yo dije: soy neófito, pero voy a intentar defenderlo. La gente nos aceptó con nuestra pata de palo y nuestro parche en el ojo, porque nos faltaba de todo. Pero nosotros tuvimos la honestidad de volver a empezar, haciendo las cosas muy bien para suplir las carencias.

–¿Qué recuerdos le trae Salamanca?

–Muy buenos. La mitad de mi familia es salmantina. Mi abuela era de Vitigudino y Los Secretos nos hemos criado a base de chorizos y farinato que hacían en Vitigudino. Y Salamanca es una ciudad espectacular, muy culta, donde tengo un montón de familia. ¡Salamanca es de las buenas!

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