Hay lugares que no solo son un negocio. Ni siquiera solo un punto de encuentro. Hay rincones en las ciudades que acaban convirtiéndose en parte del alma de quienes los frecuentan, en testigos de historias que no salen en los periódicos, pero que quedan grabadas en la memoria de quienes las vivieron. 'El jardín', en el Paseo de Carmelitas, es uno de esos lugares. Es un bar con casi seis décadas de vida, donde el bullicio del café matutino se mezcla con las risas de los amigos, donde el aroma de la chanfaina y las empanadillas caseras despierta recuerdos y donde, tras la barra, siempre ha estado él: Felipe Domínguez Rodilla.
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Felipe llegó aquí siendo un joven con ganas de comerse el mundo y, sin darse cuenta, terminó entregándole su vida a este rincón de Salamanca. Durante casi 60 años, ha visto pasar el tiempo apoyado en la barra, sirviendo con la misma dedicación a sus clientes de siempre y a los que entraban por primera vez. Ha sido confidente de historias, testigo de amores que nacieron entre tapas y vinos y refugio para quienes buscaban un poco de calidez en su ajetreo diario. Y siempre, con la paciencia y el cariño de quien ama lo que hace.
Pero hasta las historias más bonitas tienen que evolucionar. A sus 75 años, tras haber dedicado su vida entera a la hostelería, Felipe ha tomado la decisión más difícil de todas: dar un paso al lado y decir adiós a la que ha sido su segunda casa, que abrió el 21 de septiembre de 1956. Pero no será fácil porque 'El jardín' no es solo un bar. Es un pedazo de su vida, un latido de su propio corazón, que ha aprendido a marcar el ritmo de cada café servido, de cada empanadilla preparada con mimo por su esposa y de cada palabra amable que regalaba a sus clientes. Lo ha hecho poniendo todo su amor en cada plato y en cada receta casera que ha convertido a 'El jardín' en un referente y en un lugar donde no solo se come, sino que se siente.
Ahora, Felipe se prepara para cerrar este capítulo. Lo hace con la emoción contenida, con la nostalgia en la mirada y con la certeza de que 'El jardín' seguirá en otras manos, pero nunca dejará de llevar su huella. Porque hay trabajos que van más allá del oficio y terminan convirtiéndose en una forma de vida. Y Felipe, sin duda, ha hecho de la hostelería su pasión. «Recuerdo cuando empecé. Al principio, no me gustaba nada la hostelería. Mi hermano trabajaba en ella y, para ayudar a la familia, decidimos montar esto. Y aquí estoy ahora», rememora, hablando, además, sobre lo mucho que ha cambiado la hostelería hasta ahora: «Antes trabajábamos con chaqueta, camisa blanca, corbata… Ahora, la gente trabaja de otra manera».
Pero el haber estado durante casi seis décadas tras la barra de su negocio no ha sido nada fácil para Felipe Domínguez. Y es que 'El jardín' ha sido su segunda casa, pero, a la vez, también su mayor sacrificio. Con la camisa siempre impoluta y una sonrisa que ha resistido el desgaste de los años, ha servido cafés al alba y copas al anochecer, viendo sentarse a generaciones enteras entre sus cuatro paredes. Con horarios interminables, festivos inexistentes y madrugadas de cierre cuando el resto del mundo descansaba, Felipe ha dado todo por su bar. «El bar es muy esclavo. Hay que echar horas y horas y horas. Ahora los que abren bares ponen un cartelito de horarios y, a los dos días, cierran por vacaciones. Así no se puede. El bar es estar, estar, estar. No es malo, pero es esclavo», asegura.
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«Desde que empecé en el negocio, he cuidado a mis clientes de la mejor forma posible para mantenerlos. Regentar un negocio en la hostelería es luchar, luchar y luchar. Son muchas horas», asegura visiblemente emocionado mientras uno de sus clientes confiesa, mientras se toma un caldo de jamón -otra de sus especialidades-, haber frecuentado su negocio desde que era pequeño: «Yo venía por aquí con mi abuelo cuando tenía 3 años. Cuando tenía 5 años, jugábamos a las máquinas. Antes había otras máquinas. No eran solo de dinero. Por ejemplo, había futbolín. Ahora vienen los nietos de aquella gente».
Ahora que ha tomado una de las decisiones más significativas de su vida, traspasar el bar que, durante años, ha sido su segundo hogar, habiendo sido el epicentro de su crecimiento profesional y el escenario donde ha forjado amistades, superado desafíos y construido una comunidad fiel, Felipe Domínguez vela por abrir nuevas puertas en su camino y por encontrar a alguien que valore la esencia y la historia de este lugar tanto como lo ha hecho él. «Yo lo que quiero es que la persona que lo coja gane dinero. Quiero que pueda vivir de esto. Yo le puedo ayudar. Me gustaría que 'El jardín' siguiera igual, pero, si quieren cambiarlo, tampoco me importaría. Lo que sí quiero es que siga abierto. Quiero que, cuando pase por la puerta, me alegre de verlo abierto, ya sea un bar, una tienda o lo que sea», recalca.
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