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En el corazón del Barrio del Oeste, entre fachadas cubiertas de grafitis y un bullicio que nunca cesa, hay un rincón que, durante 15 años, ha sido más que una pastelería: ha sido un punto de encuentro, un hogar para muchos. La Pastelería Santa Bárbara no solo ha endulzado el día de sus clientes, sino que ha tejido lazos con el barrio, convirtiéndose en un referente imprescindible.
«Fue un poco esporádico», recuerda Pilar Morín, con una mezcla de nostalgia y orgullo en la mirada recapitulando hacia sus inicios en el número 27 de la calle Fray Luis de Granada. «Lo que principalmente me llevó a abrir la pastelería fue poder compaginar mi vida laboral con la crianza de mis hijas. Tener un trabajo y, a la vez, cuidar de ellas, se complicaba mucho. Entonces, pensé que la mejor manera de poder atenderlas a la vez que trabajaba era tener mi propio negocio», asegura. Y es que lo que para ella nació como una necesidad, pronto se convirtió en un sueño construido con esfuerzo, amaneceres tempranos y el inconfundible sonido del horno funcionando a todo vapor.
«Partí completamente de cero. En el barrio, no había tiendas como la mía», cuenta Pilar. Sin experiencia previa en gestión de negocios, pero con el conocimiento adquirido en su anterior trabajo, relacionado con la pastelería, decidió lanzarse a la aventura. Con cada masa que amasaba y cada vitrina que llenaba, la pastelería fue tomando forma, convirtiéndose en un punto de referencia en el barrio.
Y, como era de esperar, su evolución fue natural. «Al principio era solo bollería, panadería… Quería algo muy tradicional, pero lo que más me gustaba era hacer tartas. Al final, entregar una tarta es hacer feliz a alguien», afirma. Por eso, poco a poco, la creatividad fue ganando espacio en su obrador y, de esta forma, el fondant se convirtió en plastilina de artista, los bizcochos en lienzos y cada tarta en una pequeña obra de arte que llenaba de emoción a quien la recibía.
Con los años, la Pastelería Santa Bárbara dejó de ser solo un lugar donde comprar dulces para convertirse en un punto de encuentro. «Una panadería o pastelería siempre termina siendo una referencia en cualquier sitio», asegura Pilar con emoción. De ahí que la Pastelería Santa Bárbara se haya convertido en el lugar al que los vecinos no solo han ido a comprar, sino a compartir historias, a encontrarse con rostros familiares y a sentirse parte de algo más grande.
De hecho, algunos clientes han llegado a dejar huellas imborrables. Y es que Pilar recuerda, en especial, a un vecino del barrio ya fallecido que, año tras año, le llevaba flores y decoraciones de Navidad porque sentía la pastelería como suya. También le resulta imposible olvidarse de los extranjeros que pasaban por allí para practicar español y conocer los sabores tradicionales de la repostería local o de aquellos niños que, en plena pandemia, no pudieron celebrar sus cumpleaños, pero que recibieron en sus casas una tarta con su nombre, siendo este un pequeño gesto que, en esos tiempos difíciles, significó tanto para sus familias y, en especial, para ella.
Ahora, después de 15 años, Pilar siente que ha cumplido un ciclo. «Han sido años muy intensos, de estar aquí todo el día... Ya necesito un cambio. Necesito evolucionar, crecer... Cuando trabajas sin parar, no tienes tiempo ni para pensar», afirma. Después de haber dedicado tanto tiempo a satisfacer el paladar de sus clientes, se marcha con la satisfacción de haber creado un espacio que quedará en la memoria del barrio. «Aquí he criado a mis hijas. Esta pastelería es muy conocida. Al final, ha sido un punto de referencia… Objetivo más que conseguido».
Pero, aunque cierre la persiana, sabe que la historia de la pastelería no termina aquí. «Espero que quien tome el relevo mantenga su esencia. La clave es esa. Quiero que siga siendo un sitio cercano, de barrio... Lo enfoquen más a bollería, a pastelería tradicional o creativa, incluso a una cafetería… Lo importante es que conserve su alma», recalca, añadiendo que lo que más echará de menos cuando se despida definitivamente del negocio que le ha visto crecer a nivel eprsonal y profesional será el hecho de «tratar con la gente». «El barrio sigue estando y yo voy a poder seguir viniendo. No será una despedida. Será solo el cierre de un capítulo», sentencia Pilar detrás del mostrador de la Pastelería Santa Bárbara, donde el aroma a bizcocho recién horneado y el eco de tantas memorias seguirán impregnando sus paredes.
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