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«“Judas” Dávila, presidente de la Diputación». Con este significativo titular abría LA GACETA a toda plana su primera página del 18 de julio de 1991. No era para menos. La Diputación había vivido el día anterior uno de los episodios más indignos de la joven democracia española y que puso a Salamanca al frente de la información política nacional durante unos días. Y es que el caso tenía todos los ingredientes para ello.
En las elecciones municipales de aquel año, el Partido Popular había conseguido la mayoría absoluta en la institución provincial. Sus 13 diputados, por los 11 del PSOE y 1 del CDS, iban a permitir gobernar en solitario a los populares después de que en 1988 apearan del poder al PSOE, gracias a una moción de censura que presentaron junto al CDS, y que aupó a la presidencia de La Salina a la centrista Charo Diego.
El acto de investidura del popular Casimiro Hernández como nuevo presidente de la Diputación estaba previsto para el mediodía. Los diputados de su formación política habían quedado a las diez y media de la mañana, pero pasaba el tiempo y uno de ellos, José Dávila, no llegaba. Algo iba mal. Casimiro no hacía caso de las advertencias de sus compañeros y pedía calma. Tampoco podía hacer nada más. Instantes antes de formarse la mesa de edad, Dávila apareció en el salón de plenos con una pequeña carpeta bajo el brazo y ocupó su escaño con normalidad. Y se procedió a la votación.
Cuando el diputado de mayor edad, el popular Francisco García, sacó uno de los sobres de la urna y leyó el nombre de José Dávila, se quedó lívido. En ese momento, el diputado nacional del PP Fernando Fernández de Trocóniz abandonó la sala temiéndose la traición y sin tener el más mínimo interés por presenciarla. La voz de Francisco García se iba ahogando a medida que salían más papeletas de Dávila. Ya solo faltaba por sacar una de la urna. Casimiro Hernández había recibido 12 votos, el tránsfuga otros tantos. El viejo diputado leyó el nombre de la última papeleta totalmente abatido: “José Dávila”. La felonía se había consumado.
A hombros por la Plaza Mayor
“¡Bandido!” “¡Sinvergüenza!” “¡Cerdo!” “¡Traidor!” El público asistente en la sala le llamó de todo. Aguantando el tirón, Dávila fue entregando la medalla de diputado a sus compañeros de partido, que la recibieron sin dejar que se la impusiera y sin mirarle a la cara. Los ánimos se fueron caldeando tanto que el nuevo presidente de la Diputación tuvo que permanecer media hora en la sala de plenos y escapar por una puerta trasera. Los afines a Casimiro Hernández, sin embargo, lo sacaron a hombros de La Salina.
Pero, ¿qué llevó a este agricultor de 43 años, alcalde de Palaciosrubios y diputado provincial por Peñaranda, a convertirse en un tránsfuga? Su versión oficial fue que quería “escapar de la inexistente democracia interna del PP”. LA GACETA desveló algunas otras muy distintas. Por un lado, él mismo reconoció al periódico que había pedido la vicepresidencia segunda de la Diputación a Casimiro Hernández y éste le dijo que la tenía reservada a Moreno Balmisa, quien tampoco estaba pasando por un buen momento, acusado de un presunto fraude en el voto por correo. Este hecho demuestra su ambición. Por otra parte, tenía una buena relación personal con Charo Diego, desde luego mucho mejor que con Casimiro Hernández, de quien había padecido “maniobras” que no estaba dispuesto a perdonar. En su propio partido, además, le habían afeado la conducta llamándole “escopetero” cuando viajó con una delegación salmantina a EEUU para preparar la Feria Universal Ganadera, un evento del que se sentía principal impulsor y del que iba a ser desplazado si Casimiro Hernández llegaba a presidir la Diputación.
En un chalet de Navahonda
Dicen las crónicas que la traición se fraguó durante toda la madrugada anterior en una reunión secreta en un chalet de Navahonda. Allí se repartieron el poder provincial entre José Dávila, Emilio Melero y Charo Diego. Para el primero, la presidencia y el área de Agricultura; para el socialista, la vicepresidencia primera; y para ella, la vicepresidencia segunda. “Espero que los alcaldes y concejales entiendan mi sacrificio”, llegó a decir Dávila. “El pacto está cargado de una lógica democrática aplastante”, se atrevió a declarar Melero a los periodistas. Mientras tanto, Charo Diego ponía cara de póker después de derrotar a su acérrimo enemigo Casimiro Hernández, con quien compartía una enorme enemistad mutua.
Cómo estaría de caliente la situación que Dávila estuvo ilocalizable durante todo el día siguiente. El gobernador civil le puso una escolta por lo que pudiera pasar. Y es que el 18 de julio, centenares de simpatizantes del PP se presentaron en la Diputación para protestar por la fechoría. Allí fueron a buscar a su despacho de depositario al presidente del CDS, José Luis Sagredo, al grito de “¡A por él! ¡A matarlo!”. El centrista se libró del linchamiento saltando por una ventana y refugiándose en una tienda próxima a La Salina. La asonada sacó a hombros de nuevo a Casimiro Hernández y lo llevó de esta guisa hasta la Plaza Mayor exclamando a los cuatro vientos “¡presidente, presidente!”.
Las reacciones no se hicieron esperar. Izquierda Unida, con el concejal Abel Sánchez a la cabeza, se retiró de la Comisión de Gobierno del Ayuntamiento de Salamanca por el “comportamiento antidemocrático del PSOE y del CDS”. El secretario regional del PSOE, Jesús Quijano, también se mostró contrario al pacto. El presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga, calificó la elección de Dávila como “la mayor vergüenza desde la traición de Viriato”.
De nada sirvió. José Dávila agotó su mandato con más pena que gloria y pasó a la historia por su traición.
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