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Cilleros de la Bastida
Miércoles, 8 de mayo 2024, 06:05
Una docena de habitantes pasean a diario por las calles de Cilleros de la Bastida, el pueblo más pequeño de Salamanca, arropados por un bucólico paisaje enclavado en la Sierra de Francia, en compañía de las apacibles ovejas y un par de perros que campan felices y a sus anchas junto a sus dueños.
Pilar Álvarez ha tomado una iniciativa de suma importancia para la vida en el pueblo: hacerse cargo de la gestión de la nueva asociación, ubicada en una de las dos partes en las que se divide el edificio del bar. «Se trata de que haya un punto de encuentro. Por lo general los fines de semana abría a media mañana, porque es cuando iba la gente a tomar unos pinchos, pero prácticamente no va nadie ya». Sin embargo, hace gala de un espíritu de entrega: «Yo sigo abriendo igual». El esfuerzo tiene su recompensa, y ahora recibe la visita de un habitante de Lérida. «Viene todos los días».
Nada puede hacer que Eduardo Varas olvide su pueblo natal. Al igual que otro de sus hermanos, se ha trasladado (en su caso desde Getafe), a Cilleros de la Bastida, aunque él limita su estancia desde mayo hasta octubre aproximadamente para evitar los meses más fríos. «Compré una casa aquí y vengo en Semana Santa, cuando llega el buen tiempo, y durante primavera y verano», señala. «Somos bastantes hermanos, también tengo aquí un sobrino, y una hermana que viene en verano, en agosto aproximadamente». Así, Cilleros se convierte en un destino vacacional en el que toda la familia se reencuentra. Aquí hace fresco incluso en verano, se está muy bien. Todas las mañanas rocía», aunque confiesa que los inviernos son tristes, motivo por el cual no se lanza de lleno a vivir allí todo el año. El resto del año casi no hay gente, y a mí me gusta el ambiente». Con una amplia sonrisa pasea junto a su perro Cras.
Tanto Hermelinda Sánchez como su hija atienden incansables el ganado ovino que tienen en el entorno de Cilleros de la Bastida. «Enviudé hace tres años, y nos hemos quedado aquí mi hija yo», explica. Se refiere a María Ángeles, y es que Hermelinda tiene otras dos hijas que no residen en el municipio. Aquí hay cuatro personas; esto ha cambiado mucho desde que era pequeña», reconoce. Los únicos servicios de los que disponen se resumen a la asociación que cumple una función de bar y punto de reunión, donde los mayores, por ejemplo, van a «echar la partida». Mientras cuenta su historia junto a su hija, Domingo Muñoz, otro vecino, se une a narrar su experiencia. Domingo está empadronado en el País Vasco y ha residido allí la mayor parte de su vida, pero se trasladó a Cilleros hace dos años. «Murieron mis padres, me quedé la casa y la estoy arreglando», cuenta este jubilado que antes se dedicaba a la construcción.
Hipólita González Muñoz y Eugenio Varas Montejo charlan a la puerta del hogar de ésta. Hipólita alude sin pensarlo a la falta de servicios y de calidad de vida de pueblos que han caído en el olvido, como es el caso de Cilleros. Eugenio, por el contrario, se muestra positivo y renovado cuando pasea por las sendas serranas que el entorno pone a su disposición. Cuenta que tiene asma, por lo que el ejercicio le sienta bien. Ama la montaña, el senderismo y también hacer rutas de BTT, por lo que la naturaleza es sin lugar a dudas su lugar. Además, como aseguran los hermanos de esta familia, el aire es más puro. «Acabo de venir de la ciudad, he vivido en Fuenlabrada 49 años, y en octubre me cansé de la ciudad y la abandoné». Comprar viviendas en Cilleros es todo un reto que requiere tiempo, así que ha adquirido una en Tamames. «Aquí supondría un dineral», apunta.
Trabajadora hasta la médula, Belén Becerro se entrega diariamente a sus tareas como ganadera, pero lejos de sentirse sola en un pueblo tan peculiar, tiene la visita frecuente de Antonio Blanco, de Sotoserrano, que se desplaza regularmente al pueblo para embriagarse de la vida sencilla y la paz que tan solo se puede experimentar en Cilleros. También recibe la de sus hijos, una compañía muy preciada, y es que, aunque ninguno reside en la localidad, mantienen fuertes vínculos con el pueblo serrano, y no dudan en prestar su ayuda a su abnegada progenitora. Uno de ellos, Ricardo Martín, es, de hecho, el alcalde de la localidad. Entre todos intercambian sonrisas, saludos, y a pesar de estar en plena faena, Belén se muestra reticente a la hora de dejarse fotografiar con ropa de trabajo: nada que un hijo no pueda resolver.
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