El «perrero» hace su ronda acompañado de mayordomos y vecinos. S. DORADO

El pueblo salmantino en el que cada 31 de diciembre un personaje gamberro recorre calles y casas a latigazos

Nava de Francia celebra en torno a la figura de «el perrero», una figura juerguista que corre detrás de jóvenes y niños y siembra el caos

S. Dorado

Nava de Francia

Domingo, 29 de diciembre 2024, 15:56

El paso del tiempo no ha conseguido borrar del todo la indeleble fiesta de El Perrero, una peculiar celebración que cada día de Nochevieja marca a la localidad en Nava de Francia. Sin embargo, se conserva a duras penas, y es que, a escasos días de esta festividad, el pueblo aún no tiene decidido quién dará vida a este delirante personaje. «Es una pena pero a fecha de hoy no se sabe quién será. Alguno saldrá, pero el último y día y tarde», lamenta el alcalde, Julián González.

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Y es que, no es un personaje del todo fácil. La transición simbólica entre lo viejo y lo nuevo en Nochevieja se representa con esta figura, un hombre que blande un látigo con el que persigue a los mozos del pueblo, y recorre cada casa persiguiendo a niños y recibiendo a cambio, eso si, favores como pastas y licores caseros.

Esta original fiesta encuentra su origen en las mascaradas, y junto a este personaje caminan dos mayordomos portando sus varas, además de un tamborilero que acompaña el recorrido. Todo comienza la noche anterior, en la que, tradicionalmente, «perrero» y alguaciles se iban de juerga toda la noche, haciendo sonar las campanas, bebiendo y lanzando petardos para, sin haber dormido, comenzar temprano a sembrar el caos. Primero vagan por el municipio vecino de El Casarito, y después por Nava de Francia. A medida que van recorriendo las casas se les va uniendo gente, contagiada por el ambiente de jolgorio.

La vestimenta del «perrero» resulta especialmente llamativa y está cargada de excentricismo: una camisola larga, cencerros en un pie o en la cintura, para que se le oiga, y un collar hecho de agallas, con algunos de los elementos más característicos. Una cruz de madera rústica y las varas hechas de zarza rematadas con un ramo de flores forman parte de los elementos que envuelven esta fiesta que consiste, en el fondo, en despedir el año. Las agallas simbolizan la regeneración de la naturaleza, y la fiesta es una forma de recibir el año.

Tradicionalmente los alguaciles que le acompañan se elegían entre los dos últimos hombres que habían contraído matrimonio en el pueblo. Ahora, al igual que el «perrero», sencillamente se ofrecen voluntarios para recrear esta costumbre. Los petardos siguen restallando durante la mañana del día 31 al paso de esta figura socarrona, que no duda en perseguir a los mozos, látigo en mano, cuando tratan de arrebatar las varas a los mayordomos.

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La riqueza de esta tradición es tal que incluso se ha mantenido, con el paso implacable del tiempo, la canción que a menudo se entona para la ocasión: «Perrero machuquero, macha el ajo en el mortero». A este son y en un ambiente de gamberrismo y jarana, el «perrero» corre detrás de la juventud y hace a los niños esconderse cuando entra en sus casas

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