Fue un 1952 cuando Juan Manuel Hernández, párroco por aquel entonces de Villarino de los Aires, contaba en un artículo la creencia tan arraigada entre los vecinos de la presencia de brujas. «Y es tanto el poder que le atribuyen estas gentes que cualquier contratiempo, y hasta enfermedades, creen que pueden causar», narraba en el primero de una serie de breves artículos titulados «Sobre brujas» que publicó a mediados del siglo pasado.
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Ese artículo y otras muchas historias forman parte de «Sábado hoy, domingo mañana. La brujería y el mal de ojo en Villarino de los Aires y su entorno», el libro de José Antonio González, que recopila el vínculo que siempre ha existido en la localidad con la magia oscura.
Muchas son las historias que han pasado de generación en generación en Villarino, como los aquelarres del valle de Zarapayas, situado a dos kilómetros al norte del pueblo, donde se reunía la «bruja de campo» que vivía en la comarca de Sayago y la zona de La Ribera. «No se ve concurrida su casa porque ni echa cartas, ni la quieren sus convecinas. Acude puntualmente a sus aquelarres y obra en consecuencia malingrando bestias o personas, colándose de rondón en las bodegas convenientemente transformada en perro o gato«, como es descrita en otro de los artículos recogidos en el libro.
«Villarino es un pueblo de brujas como también lo son Zugarramurdi, en Navarra, o Cernégula en Burgos, que además viven de ese tipo de turismo«, como ha recordado José Antonio González durante la presentación del libro, que se centra también en el mal de ojo y en las plantas que los vecinos de la zona usaban para combatirlo. Así, entre los remedios más eficaces estaban el ajo, «el mayor enemigo de las brujas», o la ruda, que tradicionalmente se colocaba debajo del colchón o detrás de la puerta de casa para proteger a las personas, especialmente a los niños, por su mal olor.
El libro, que ha sido editado por el Instituto de las Identidades de la Diputación, reúne las supersticiones de la zona «acercándonos a un imaginario colectivo en un entorno pequeño y cercano donde las gentes son reacias a mostrar sus creencias por el miedo al que dirán», como ha recordado el diputado de Cultura, David Mingo.
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