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Martes, 16 de febrero 2021, 09:03
Si hay una mujer incombustible esa es Magdalena Maíllo. Lidiando con los achaques propios de su edad, a sus casi 84 años se enorgullece de haber sido un referente nacional en el bordado serrano, y ha enseñado a tantas personas que sin duda se podría decir que ha impactado en muchas vidas. Su gran amor, su marido, hace años que murió, pero su cariño perdura. “Me partió el alma cuando murió”, asegura, emocionada. Pero ella continúa, y su casa ya alberga una ingente cantidad de bordados únicos y exquisitos. Sigue siendo, como ella dice, “todo terreno”.
–¿Cómo le explicaría alguien que no la conozca quién es Magdalena Maíllo?
–Pues Magdalena Maíllo ha sido una mujer muy trabajadora, porque de cinco chicas que éramos yo era la mayor, y eran unos tiempos muy difíciles, porque entonces no había tanto como hay ahora, aunque la gente se está quejando. Tenía que ir a lavar al río con el agua helada, y mi padre tenía muchas fincas, y tenía que ayudar en las fincas con los obreros. Yo me casé a los 25 años, mi marido era zapatero, teníamos una tienda aquí en Mogarraz, y como él tenía el oficio yo tenía que ayudar en la finca, pero después me buscaron para dar cursos de bordado serrano y ropa charra, y los he dado por muchos sitios.
–¿Cuánto tiempo lleva impartiendo estos cursos de bordado?
–Estuve catorce años dando cursos por toda la comarca, pero llevo bordando desde que me casé, porque antes de casarme casi no tenía tiempo. He hecho faldillas, manteles, y la casa de mi hija está como un museo, llena de bordado. En el primer sitio que di un curso fue en El Cabaco, ahí estuve cinco años. Entonces había un coche que iba con el correo a Tamames, y tenía la oportunidad de irme con el coche de línea, allí tuve una alumna muy buena. Luego de El Cabaco fui a parar a Cepeda, a Miranda del Castañar, a Lagunilla, a Monforte, a Herguijuela de la Sierra, a Sorihuela...y justo ayer me mandaron un diploma de Santander, donde he expuesto muchas veces en Suances y en la capital, y he dado cursos en Torrelavega y Santander. El diploma es de una asociación de oficios olvidados a recuperar. Fue a votación popular entre varios artesanos y me dieron hasta 1.500 votos.
–¿Cuántos años lleva como moza de Ánimas?
–Como moza de Ánimas llevo ya unos cuantos años, ahora con el virus no hemos vuelto a hacerlo. También estuve atendiendo al Cristo Bendito otro año, a la ermita de la entrada, porque había puesto una promesa.
–Por lo que cuenta es usted una mujer inquieta y muy activa...
–Uuh, ¡sin parar! Yo me he echado muchas noches a las tres de la mañana cosiendo, y me levantaba a las siete o las ocho de la mañana, cuando se iba mi marido, para ponerle el café caliente sobre la mesa, porque entonces no había microondas, se lo tenías que dar ya caliente encima de la mesa. Yo trabajé en el campo como un hombre y cargaba los canastos de uvas; igual pesaba cada canasto cincuenta o sesenta kilos o más, y los cogía y me los ponía al hombro, iba con los obreros. Yo he hecho de todo, soy como un todoterreno.
–¿Y cómo pasa el tiempo a día de hoy?
–He vendido cuadros y de todo, me hacían encargos, pero ahora ya no coso para nadie, solo coso para mí. Trabajé mucho con la Diputación. Y ahora con el coronavirus coso más todavía, tengo mucho tiempo, y en el confinamiento cuando estuvimos metidas en casa todo el día cosí a montones. La familia además la tengo cerca, mi hija vive aquí desde hace poco porque se ha separado, mi nieta se ha independizado y está en Sequeros, quitando a mi hermana la que está en Valladolid, estamos todos aquí. También tenemos un hermano sordomudo que lo atendemos cada día una a hacerle las cosas y a prepararle la comida. Luego los domingos viene uno a mi casa, otro donde otra hermana, y así sucesivamente. Hago vida sobre todo en lo que antes era la cochera cuando vivía mi marido, porque estoy operada de las dos rodillas y me cuesta subir escaleras.
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