Restos de Cabaloria, la alquería de Sotoserrano, situada entre Las Batuecas y Las Hurdes. ARCHIVO
SALAMANCA TERRORÍFICA: III

Es el lugar más paranormal de Salamanca y protagonizó Cuarto Milenio

En esta alquería situada al sur de la provincia tuvieron lugar sucesos inexplicables según la lógica

José Fuentes Rajo

Salamanca

Domingo, 27 de octubre 2024, 15:46

La despoblación o el paso del tiempo son causantes de que zonas que estaban rebosantes de vida en el pasado conformen hoy pueblos fantasma a lo largo y ancho de la España vaciada.

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Este es el caso de la alquería de Cabaloria, dependiente del municipio de Sotoserrano hasta su desaparición en 1965 con la inauguración del embalse extremeño de Gabriel y Galán, y que hoy no es más que un reguero de casas en ruinas.

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El nombre de la villa proviene de la unión de 'Caven' y 'valoria', lo que sugiere que fue un lugar de explotación de minas de oro en la época de los romanos. Aunque las aguas del embalse no llegaban hasta la alquería, gran parte de las fincas agrícolas y ganaderas quedarían anegadas, por lo que el propio municipio decidió solicitar la expropiación del pueblo y sus tierras.

A pesar de su reducido tamaño —su población nunca llegó a superar los cien habitantes—, Cabaloria ha logrado convertirse en el centro de atención de los amantes de los fenómenos paranormales. Tanto es así que, en 2023, Iker Jiménez recogió las leyendas y habladurías que corren por estos lares para dar vida a uno de los episodios de su programa 'Cuarto Milenio'.

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La primera de estas leyendas es la de Pelayo Crisóstomo, un hombre que vivía en la comarca de Las Hurdes, al norte de Cáceres, y que, mientras trabajaba en su olivar, fue atrapado por un tornado que emitía una luz cegadora que lo transportó hasta Cabaloria. Este suceso generó en el extremeño una enorme confusión de la que nunca logró recuperarse, ya que este hecho traumático lo llevó al suicidio, ahorcándose de la rama de un árbol.

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Sin embargo, no es la única espeluznante historia que ha tenido lugar en este sitio. Tomás Hijo, un profesor de Bellas Artes de Salamanca y amigo de Iker Jiménez, compartió una anécdota en la que, según él, mientras paseaba con su familia y su perro, pudo distinguir, entre el espesor de la maleza, unas piernas que se movían rápidamente pero que no estaban unidas a la parte superior de ningún cuerpo.

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