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Con 67 años, al fin jubilada, y por lo tanto libre de ataduras laborales, Paquita Pérez Vicente ha cumplido su sueño de mudarse a La Bastida, el pueblo de sus padres en el que siempre ha pasado los veranos, y del cual nunca quería marcharse. Deja así atrás sus tiempos como empleada del hogar en una ciudad.
“Mis padres son de aquí, y yo llevo aquí desde últimos de octubre”, señala esta nueva vecina de La Bastida, quien asegura que siempre ha acudido al pueblo con asiduidad. Teniendo ya una residencia en la que instalarse, la jubilación le ha permitido trasladarse al fin.
Los motivos para ella son más que obvios: “por la tranquilidad; a mí me gusta mucho el monte, y cuando venía en verano, a estar dos meses, al irme me iba con una depresión de caballo”, confiesa. Anteriormente residía en Vizcaya, por lo que el cambio ha sido drástico.
“Allí en Vizcaya tengo a mi hija y a mis dos nietos”, apunta. En La Bastida vive sola, algo que de hecho agradece, porque reconoce ser una solitaria. “Siempre había dicho que al jubilarme me vendría aquí a vivir; me gusta la soledad”.
Es cierto que deja a su familia atrás, pero lo hace con decisión y no le ha supuesto un gran problema, ya que mantiene el contacto a diario. “Lo llevo muy bien, hablamos por teléfono todos los días y luego vienen en Semana Santa y verano”.
El clima también ha influido en su estado de ánimo, y es que vivir en el frío norte, en el que apenas brilla el sol en el cielo, también la afectaba. Si bien es cierto que la provincia salmantina tiene un fuerte contraste entre el frío y el calor, el cambio ha sido, sin duda, para mejor.
Ahora esta vecina de La Bastida toma el testigo de sus padres, continuando una generación de amantes del pueblo, y disfruta del sosiego y el reposo merecidos, procurando a su vez un hogar de vacaciones para su familia.
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