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Elías García Rojo bajo el viejo tenado de su suegro Piti, una peculiar construcción que con la evolución del tiempo perdió su funcionalidad. JORGE HOLGUERA
La historia de uno de los últimos tenados

La historia de uno de los últimos tenados

Elías García Rojo mantiene en pie el último tenado de Alaraz, en el que su suegro guardaba el carro con el que transportaba cisco y naranjas hasta Peñaranda

Sábado, 18 de marzo 2023, 14:07

Hay pueblos en los que la ralentización de la evolución hace que sigan en pie ciertas construcciones ya olvidadas en otros lugares. Edificios sin uso se mantienen a la espera conservando las características de un tiempo pasado que no volverá. Uno de estos peculiares espacios es el ‘tenado de Piti’, situado en una céntrica calle de Alaraz, junto a la robusta iglesia de Nuestra Señora del Castillo. A pesar del peso de los años y la pérdida de su antigua función, este tejadillo asomado a la calle Campanario permanece en pie. “Lo reparamos hace unos años”, cuenta Elías García Rojo, a la vez que con una pala y una escoba de cabezuela procede a barrer someramente la callejuela a la que da paso.

“Era de mi suegro, aquí guardaba el carro y, más adentro, tenía las cuadras donde metía las mulas”, explica. “Él se dedicaba al cisco, iba a Peñaranda y para las tiendas traía naranjas, garbanzos, o lo que le pidieran”, detalla. “En invierno enganchaba las mulas a las dos o las tres para hacer la ruta”, recuerda. Aquellos medios de transporte eran ecológicos, respetuosos con el medio ambiente, pero también mucho más lentos.

Otras de las edificaciones que señala Elías, de las que aún se conservan en pie debido a que están cerradas y sin uso, es una de esas antiguas casas de adobe, pequeña, casi sin ventanas, que permite una aproximación al cómo han cambiado las viviendas de un siglo para acá. También construcciones con materiales totalmente naturales que no dejan huella, porque todas ellas estaban hechas en madera y barro.

Elías García Rojo vino al mundo hace 76 años, sus padres vivían en Alaraz pero él es de los pocos vecinos de su generación que nacieron en Salamanca. “Fui a nacer a Salamanca porque aquí dijo el médico que venía de pie y era un riesgo”, explica. Ha sido pastelero en Madrid. “He trabajado en uno de los mejores hoteles de Madrid”, presume. Hacía tanto pasteles como tartas para bodas, bollería y todo lo que le solicitaban. Es de esos vecinos intermitentes. “Siempre he ido y venido de Alaraz a Alcorcón, que es donde vivo”, anota. Su trabajo le viene de familia porque aprendió en la panadería familiar. “En Alaraz había cuatro panaderías”, cuenta. En la actualidad hay una en funcionamiento. La suya era conocida como la panadería de la señora Isabel, que era su abuela materna. Ya hace unos años que cerró, porque tras su abuela, la regentaron su padre y su madre, y después sus hermanos.

Precisamente la panadería de la señora Isabel es otro edificio de los que ‘custodia’ Elías García, donde se conserva además el antiguo horno de leña. “Teníamos dos hornos, uno era más antiguo que los que hay en este momento; ahora se mete la leña en una hornilla abajo, antiguamente se introducía la leña en el mismo horno, luego se apartaba a un lado y había que limpiar el horno con unas barbas, que era un saco húmedo con un palo largo y le dabas bien para que se quitaran las cenizas”, relata. “Entonces sabía a pan, las harinas eran de candeal, un trigo duro que daba muy buena harina”, apunta.

En la panadería familiar Elías adquirió los primeros principios como pastelero. “Aquí se hacían muy buenas pastas, se hacía de todo: pastas, magdalenas, moros, rosquillas, mantecados, bollos de chicharro...”, enumera. “En mi época lo hacían los panaderos, pero más antiguamente iba la gente a llevarlo a los hornos a cocer, como el pan, se juntaban dos o tres familias y hacían el pan para todos y nosotros se lo cocíamos ”, recuerda.

“Les decíamos como lo tenían que hacer, se lo cocíamos y así, cada uno se repartían 10 o 12 panes, no es como ahora que hay que ir a diario”, compara.

Elías recuerda que entonces el pan no se hacia a diario y para conservarlo se guardaba en una tenaja de barro. “Había veces que estaba un poco mohoso, pero no creas que se tiraba, antiguamente todo se aprovechaba”, concluye.

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