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Viernes, 20 de noviembre 2020, 21:46
La pandemia del COVID-19 está descubriendo grandes historias humanas como la de Marta y Lidia, dos trabajadoras de la residencia de mayores de Tordillos que desde el pasado día 10, cuando se confirmó un brote del virus con una quincena de positivos, han estado confinadas en su interior encargándose de todo el trabajo para que los ancianos estuvieran atendidos en el aislamiento.
“Han sido días muy complicados y lo hemos pasado muy mal pero el gesto de Lidia y Marta de confinarse con los mayores y hacerse cargo de todo, limpieza, comidas, y lo que pudiera hacerles falta, ha sido verdaderamente emotivo y providencial, están siendo sus ángeles de la guarda todo este tiempo”, explica Elena Sánchez, directora del centro asistencial.
Se da, además, la circunstancia de que ambas son prácticamente unas recién llegadas a la residencia, donde Marta lleva trabajando tres meses y Lidia, dos, pero se han puesto en primera línea de batalla para sacar adelante a los mayores y hacer frente al virus.
Del otro lado del teléfono, entre la intensa actividad de la mañana, Marta comenta entre lágrimas: “está siendo una labor muy bonita y muy gratificante que tendría que hacer más gente”, asegura. Este jueves, Marta recibió, además, una noticia inesperada al dar positivo en la prueba PCR y verse obligada a dejar la residencia. “Estoy bien, no tengo síntomas, y no es justo que tenga que dejar ahora a los mayores cuando hemos pasado ya lo peor”, comenta.
A lo largo de estos diez días Marta también ha sido abuela, un momento muy especial de su vida que no ha podido compartir con su familia al estar confinada. “Vinieron hace unos días con mi nieto y pude verle a través del cristal”, cuenta la trabajadora de la residencia.
Estar con los mayores las 24 horas del día durante todo este tiempo y atender a los 19 residentes que hay actualmente en el centro ha requerido un esfuerzo casi sobrehumano para sacar todo adelante, sin tener opción de relevo en turnos como sucede habitualmente, y observando casi al minuto que no hubiera cambios en la evolución de ninguno de los positivos que se han mantenido, en su mayor parte, asintomáticos.
Bajo los epis, las mascarillas y las pantallas de protección, los ojos de Marta y Lidia siempre han sonreído para sus “abuelos” y sus manos siempre han estado dispuestas a estrechar las suyas para que se sintieran cuidados, acompañados y queridos en uno de los retos más complicados de sus largas vidas, vencer al virus.
Lidia es más tímida a la hora de contar su experiencia y junto al teléfono corrobora todo lo que cuenta su compañera. Lidia es peruana y a miles de kilómetros de su país la situación tiene un componente añadido de nostalgia, aunque también de orgullo, por trabajar frente al COVID en el país que la ha acogido.
Los testimonios de familiares de los residentes tampoco dejan lugar a dudas sobre el gesto heroico de ambas: “Soy hija de una residente que dio negativo en las pruebas y los familiares teníamos mucho miedo por lo que pudiera pasar pero un día que hablé con una de estas chicas me transmitió una tranquilidad enorme y desde luego es muy, muy de agradecer que haya personas como éstas”.
Ya en plena cuenta atrás para finalizar el aislamiento, y tan sólo con un positivo que ha requerido hospitalización, Marta y Lidia tienen en el inmenso cariño de los mayores la mejor recompensa tras haberse convertido en sus ángeles en la tierra.
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