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Carla Díaz de Rada
Domingo, 16 de febrero 2025, 10:41
En el corazón de la provincia de Salamanca, un singular enclave ubicado en la Sierra de Francia sorprende por fusionar historia y geología en cada rincón de su arquitectura. Hace 500 millones de años, la zona que hoy acoge este pequeño pueblo se encontraba sumergida en un mar prehistórico, cuyos fósiles quedaron impregnados en la piedra y ahora forman parte integral de las fachadas y muros de Monsagro.
Según informes de fuentes locales y datos de Europa Press, el proceso geológico que dio origen a este legado milenario se remonta a la Exposición Cámbrica, época en la que organismos marinos habitaban las aguas que cubrían la región. Los restos fosilizados —entre ellos evidencias de trilobites y otros organismos primitivos— se incorporaron de forma natural en la roca, transformándose en el soporte material de un pueblo que hoy es un testigo vivo de un pasado remoto. Entre estas huellas se encuentra un icnofósil, un fósil marino de 400 millones de años de antigüedad, perteneciente a un animal que, sorprendentemente, nadaba por estas aguas prehistóricas. Los restos encontrados fueron tan abundantes que acabaron utilizándose para construir las viviendas, dejando en cada fachada una marca indeleble del tiempo.
El enclave, situado a más de 900 metros sobre el nivel del mar e integrado en la comarca de Ciudad Rodrigo delimitada al sur por la Sierra de Gata, se encuentra dentro del Parque Natural de las Batuecas-Sierra de Francia. Este escenario privilegiado no solo destaca por su inusual origen geológico, sino también por el papel que este patrimonio ha jugado en la revitalización rural. Con una población de 127 habitantes en un recuento de 2024, el pueblo se ha convertido en un punto de referencia para los amantes del senderismo y la historia natural, atrayendo a turistas y estudiosos deseosos de recorrer sus calles y descubrir su legado milenario.
Uno de los mayores atractivos es la Ruta de las Huellas Fósiles, un itinerario urbano en el que se descubre la diversidad que llegó a tener este lugar cuando estaba sumergido bajo el agua. Durante el recorrido, se explican las huellas de distintos organismos, hace 450 millones de años, amparados en las piedras que hoy conforman casas, calles y fuentes del pueblo. Así, es posible observar fósiles como trilobites o Rusophycus, organismos que habitaban las zonas de reposo y que ofrecen una pista sobre la antigua geografía del lugar, así como gusanos marinos que dejaron huellas en forma de Skolithos o galerías verticales utilizadas como refugio.
Autoridades locales y expertos en patrimonio destacan la importancia de esta integración entre naturaleza y arquitectura. «Es un ejemplo excepcional de cómo el legado geológico puede ser un motor de desarrollo y de identidad cultural», señaló un portavoz municipal durante la reciente jornada de puertas abiertas en el centro interpretativo del lugar. Complementando esta experiencia, el Museo de los Mares Antiguos ofrece una visión educativa e interactiva. Este centro de interpretación expone una importante muestra de restos orgánicos atrapados en la piedra, junto con información que los ubica en su contexto histórico. Con una sala de proyecciones que inicia a los visitantes en la historia de estas criaturas y otra en la que se muestran diversos restos fosilizados, el museo narra de forma amena la transformación de nuestro planeta.
La propuesta turística se enriquece con un recorrido que va más allá de la simple observación. Los visitantes tienen la oportunidad de sumergirse en una narrativa histórica que vincula la geología del planeta con la arquitectura contemporánea. Cada paso por las calles permite acercarse a la imponente fachada de piedra, donde el icnofósil, testigo mudo de un mar que bañó estas tierras hace eones, se revela como la huella de un animal que habitó estos parajes.
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