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Son tiempos difíciles para todos, pero en el antiguo monasterio de El Zarzoso se respira alegría. Allí, las nueve religiosas franciscanas que viven entre sus antiguos muros disfrutan de la Navidad sin importarles el frío o las estrecheces económicas por las que pasan por culpa del coronavirus.
“Este año es especial para todos porque el sufrimiento se ha colado en nuestras vidas como el humo”, reconoce la superiora del monasterio, Soledad Nieto, cuando recuerda cómo han sido estos últimos meses. “Durante el confinamiento perdimos nuestro medio de vida, que es la venta de dulces, pero a través de Dios nos hemos encontrado con personas que han pensado en nosotras y eso nos está permitiendo salir adelante. A todos ellos les tenemos en nuestras oraciones”.
Durante los 23 años que lleva en el monasterio (los últimos seis como superiora) si algo le ha quedado claro a Soledad es que vivir en El Zarzoso “es de valientes”. “No es fácil y siempre se lo digo a las hermanas que van llegando, pero también es muy bonito vivir en plena naturaleza, ver los animales, notar el aire en tu cara... es sentir la caricia de Dios en tu vida”.
Precisamente la alegría que derrochan en su día a día es lo que les hace más llevaderas las dificultades de vivir en un monasterio del siglo XV, como por ejemplo la ausencia de calefacción. “Cuando te vas a dormir y sientes frío pienso en toda esa gente que lo está pasando mucho peor que nosotras porque lo han perdido todo, su casa, su trabajo... Es un pequeño sufrimiento que entregamos al Señor”, cuenta.
Como buenas franciscanas la llegada de la Navidad es un tiempo especial en el monasterio porque precisamente San Francisco de Asís fue el iniciador de los nacimientos en 1200. “Siempre decía que en Navidad hasta las paredes debían comer carne porque es el momento más importante del año, cuando Dios se hace hombre en el vientre de la Virgen María”, relata Soledad.
Ese espíritu navideño inunda estos días cada rincón del monasterio, adornado con diferentes belenes, y también se deja notar en las misas que celebran. “Tenemos que acudir todas con un instrumento en la mano: la guitarra, unas castañuelas, una pandereta... porque como monjas contemplativas que somos celebramos con gran gozo el Nacimiento de Jesús”.
En un año especialmente difícil como 2020 también los gestos se valoran mucho más y por eso la hermana Soledad agradece especialmente la “sorpresa” que recibieron la pasada Nochebuena. “Dos sacerdotes de Salamanca nos trajeron la cena de ese día y la comida de Navidad. Y además ya cocinada. Fue una gran alegría para todas”, asegura agradecida. Y es que tan profundamente viven estas fechas que hasta los animales que crían en El Zarzoso también disfrutan de un menú especial. “Tenemos ovejas y en Navidad les damos los recortes y las sobras de las obleas que hacemos porque es lo que nos pide San Francisco”, afirma entre risas.
“Aquí somos una familia porque Dios nos llamó para cumplir una misión reuniendo a monjas de diferentes edades e incluso culturas”, insiste la superiora, en un momento de descanso entre sus labores como responsable de los animales del monasterio y los momentos de oración. “Algunas dejamos nuestra familia en México pero hemos encontrado a otra aquí”. Una comunidad que muy pronto se ampliará con la llegada de tres nuevas religiosas que sus hermanas de El Cabaco esperan ya con los brazos abiertos.
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