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Miércoles, 28 de agosto 2019, 11:26
Cuando yo iba a la escuela éramos unos 40 niños, separados de otras 40 niñas”, recuerda Alberto Peña, uno de los vecinos más jóvenes de Navamorales y que se jubiló hace ahora un año después de una vida dedicada al ganado. Poco a poco, señala, la escuela empezó a perder alumnos hasta que se unificó en un centro mixto. Sin embargo, tres décadas después, el colegio cerró y, con él, comenzaron a desaparecer o menguar otros servicios. El médico es uno de ellos. Sólo atiende ya un día a la semana por el descenso de pacientes (antes venía dos días), el cura es compartido con Puente del Congosto y con El Tejado y los comestibles les llegan vía ambulante, como el pan, que viene desde las vecinas localidades de Puente del Congosto y La Horcajada, esta ya en la provincia de Ávila.
“Si nosotros nos fuéramos, sería el final del pueblo. Tendremos que aguantar hasta que podamos”, relata Toñi Díaz, que explica cómo el centro social del pueblo es el lugar de reunión de los vecinos que aún quedan en Navamorales, un municipio que llegó a alcanzar los 840 empadronados en la década de los 40 y que ahora solo tiene 56 empadronados. Cierto es que los fines de semana viene gente. “Llegan de Madrid todas las semanas”, añade Toñi, que explica que cuando abrió su negocio hace unos 34 años “había tres bares y baile; cualquiera diría entonces que iba a quedar el pueblo como ha quedado”. Recuerda también que el colegio cerró “hace 29 o 30 años” porque su hijo pequeño “ya tuvo que ir a preescolar a Guijuelo”. Se pregunta, junto a su marido, “qué se puede ofrecer aquí” para que la gente no se vaya o para que vengan nuevos vecinos. Aún así, explican que el pueblo “es acogedor” y tiene servicios comerciales prácticamente todos los días, ya sea el panadero o el de los congelados.
Paradojas de la vida, Navamorales, con solo 56 habitantes censados, acaba de llenar sus calles a primeros de agosto con motivo de las fiestas de verano, que hace poco más de una década supuso un revulsivo para que el pueblo reviva, aunque sea solo por unos días. Todos los que vienen tienen vinculación al municipio y son los descendientes de los que tuvieron que marchar. Paula Díaz, presidenta de la Asociación Pizarreñ@s, explica que la procedencia es muy diversa, ya que llegan de toda España. “País Vasco, Soria, Zamora, Valladolid, Madrid, Sevilla, Cataluña o Salamanca”, pone como ejemplo. Solo en la paella del día de la fiesta de verano, recuerda, se repartieron 465 raciones, ocho veces más que el censo del pueblo. Mucha gente en una localidad que en pocos días comenzará a ver vacías sus calles. La mayoría de los que se quedan destacan por su avanzada edad, un claro reflejo de la situación que sufre el medio rural.
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