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Villoria y su acervo cultural y patrimonial no están exentos de leyendas, curiosidades y anécdotas. También en lo relativo al arte religioso. Resulta que la iglesia parroquial de San Pedro acoge un Cristo Nazareno que procesiona por las de la villa cada Viernes Santo de la mano de la Cofradía del Santísimo, elaborado en madera, y que en su día protagonizó una curiosa anécdota que ha quedado en la memoria colectiva.
Y es que estas historias que se transmiten de generación en generación forman parte del legado cultural, aunque muchas veces las gentes que participan en esta forma de transmisión oral no sean conscientes del papel que están jugando en la conservación y enriquecimiento de lo que se denomina patrimonio inmaterial. De forma anónima contribuyen a la difusión de historias como la que sucedió hace más de un siglo, quizá 150 años en esta localidad salmantina.
Corría el siglo XIX cuando cada noche, al terminar su jornada de trabajo, el tatarabuelo de Carmina se ausentaba de su hogar. Su esposa se preguntaba: “pero, ¿a dónde irá?”. El señor Melchor Bueno guardaba en secreto algo que estaba destinado a sorprender a todo el vecindario.
En un improvisado taller particular se encargaba de dar vida a una nueva imagen que desde hace décadas está destinada al culto en Villoria. Con sus manos de labrador y escasos conocimientos de imaginero autodidacta consiguió crear una imagen que hoy destaca en el interior del templo.
Se trata de “un Cristo Nazareno, que va camino del calvario porque lleva la cruz a cuestas, aunque también puede exhibirse sin cruz”, explica el restaurador villorejo Andrés Martín Sierra, quien hace unos años se hizo cargo de la puesta a punto de esta imagen. Su trabajo de restauración consistió “evitar que el deterioro fuera a más”, detalla.
No le faltan palabras de alabanza para esta imagen de Cristo, “impresiona”, considera, y señala su “mirada” porque “parece que está viendo”. Se trata de un “Cristo articulado”, que “mueve los brazos y las piernas”. Estos efectos artísticos otorgan mayor mérito al autor, por tratarse de un humilde labrador. Un señor muy piadoso que escondía el trabajo que ocupaba su tiempo libre porque tenía un plan brillante. Quería enterrar el Cristo para que un día apareciera y se hiciera allí una ermita.
Según cuentan los mayores del lugar “le pillaron”, recuerda Ángela Cecilia Domínguez, y finalmente no logró culminar con su hazaña. Pero se ganó la devoción de sus paisanos.
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