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Viernes, 5 de marzo 2021, 10:04
Orgullosa del legado que ella y su marido dejaron, con una memoria prodigiosa y la calma en la voz que procura tantos años realizando un trabajo en el que la paciencia y la constancia eran fundamental, Loren Miguel Tejedor recuerda su vida en el pequeño museo que alberga la obra de su marido, Francisco Pérez Correas, uno de los alfareros más emblemáticos y con más proyección de Alba de Tormes. Un éxito en el que colaboró Loren que, sin ser alfarera, realizaba cada día un trabajo que recaía muchas veces en las mujeres: la decoración de las piezas artísticas que se vendían en el alfar.
–Usted era modista y no venía de una familia alfarera ¿cómo fue aprender todo lo relacionado con el alfar?
–Mi marido venía de una familiar de alfareros. Era el mayor de diez hermanos y yo era hija de un oficial del Registro de la Propiedad. Nos conocimos con 14 años, entonces yo cosía porque era modista y hacía poco más de la casa. Me establecí por mi cuenta y llegué a tener hasta 5 o 6 chicas cosiendo conmigo por las tardes. Teníamos mucho trabajo pero luego eso terminó y fue cuando empecé a ayudar a Paco con la decoración de las piezas.
–¿Cómo era el trabajo en el alfar entonces?
–Ellos hacían una decoración más sencilla, nada más de asas y ramos, pero yo cogía el aguamanil y hacía unos platos preciosos. Vendíamos muchísimos platos decorados y Paco ya cocía en el horno árabe. Luego trajimos unos hornos eléctricos y fue cuando empezamos a hacer piezas que ya valían dinero.
–¿Cómo cambió el trabajo en el alfar cuando pasaron a hacer ese tipo de piezas más decorativas?
–Al principio hacían piezas muy utilitarias como barreñas, cazuelas... pero luego eso cambió por completo y empezaron a hacer cerámica artística con platos decorados con mucho detalle, filigrana... A mí me gustaba mucho decorar o hacer cosas de filigrana. Paco era quien trabaja en el torno, que le llevaba mucho tiempo, y yo decoraba por las tardes.
–¿Fue entonces cuando empezó a hacer piezas modernas, con decoraciones diferentes?
–El era muy innovador y a mí me gustaba mucho decorar. Empezamos a hacer decoraciones diferentes, más modernas. Fue una época en la que tuvimos mucho éxito, venían del extranjero a comprar y teníamos muchos encargos. Teníamos clientes que venían en camiones y recogían mimbre en Villoruela y la cerámica aquí y lo llevaban para vender en tiendas de Alemania.
–Fueron muy punteros para la época, de hecho aquí se exponen piezas que no son para nada lo típico en alfarería...
–Sí, Paco empezó a trabajar con distintos colores. El innovó mucho y cambió todo lo que se hacía. Las cazuelas ya no se usaban de barro y eso hizo que tuviera que reinventarse. Cambió por completo y yo con él, que siempre estuve ayudándole con la decoración, porque yo en el torno nunca fui capaz de hacer nada. Sí hacía cosas manuales como ‘benditeras’, asas de filigrana, pero al torno nada... es muy difícil.
–¿Qué piezas eran las que más gustaban?
–Todo, la verdad es que se vendía todo en general, no puedo decir que una cosa tuviera más éxito que otra. La gente venía a la tienda y compraba de todo y también vendíamos a muchas tiendas de Salamanca. Teníamos muchas gente que venía a ver el museo y a comprar.
–Y ¿cómo ve que ahora apenas queden alfareros en Alba?
–La alfarería ya se ha acabado porque es muy difícil trabajar al torno. Todo se hace a mano y cada pieza es única, no hay dos iguales. Lo artesano se está perdiendo aunque todavía hay gente que lo valora, sobre todo los trabajos más artísticos. El público lo admira pero los entendidos lo aprecian y lo compran.
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