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Viernes, 2 de diciembre 2022, 19:10
Hay nombres escondidos como el del peñarandino Antonio Merino Hernández , que ahora sale a la luz gracias a una investigación llevada a cabo por su hijo, Bernardo Merino, quien recuerda con orgullo que su padre “fue reconocido en Venezuela como una persona que se preocupó ... por la enseñanza de los niños”.
Antonio Merino escribió al menos cinco libros que fueron distribuidos por países como Venezuela, Colombia, Perú, México o Argentina. Junto a otros españoles fundó la editorial Colegial Bolivariana, que aunque después vendería, aún existe. Fue su director y accionista. Su aterrizaje en el campo de la educación fue posible gracias a su contratación como profesor en el Colegio Americano, propiedad de la Iglesia Protestante, de la cual formaba parte por influencia de su esposa, Edith Habich, alemana de nacimiento a la que conoció en Francia cuando estuvo en un campo de refugiados por haber formado parte del ejército republicano.
Continuando con su papel en el área de la formación de los escolares, también puso en marcha un centro educativo. Creó el Colegio Experimental Decroly , donde se impartían enseñanza Primaria y primer año de Bachillerato. Quizá en su llegada al ámbito educativo, su esposa también tuviera su influencia, porque había estudiado Magisterio.
La familia llegó a Venezuela entre 1946 y 1947, tras realizar un viaje en barco desde el puerto de Havre, hasta la isla de Ellis, en los Estados Unidos, donde le dieron una autorización de un mes, tras la cual tuvo que marcharse. “Consiguió pasaje a Venezuela”, explica su hijo. Su primer trabajo en la República Bolivariana fue en el aeropuerto de la Carlota, posteriormente puso en marcha un taller de reparación de radios y aparatos eléctricos y antes de dar el paso a la educación, trabajó en un pequeño taller de zapatería y con este aprendizaje montó su fábrica.
Antonio Merino tuvo una vida no menos intensa antes de llegar a Venezuela y otra después. Bernardo Merino recuerda que su padre le envió a Francia con sus abuelos maternos, cuando era adolescente para que se centrara en los estudios y el trabajo y les enviaba “300 bolívares mensuales y con eso vivíamos toda la familia”, recuerda. Su padre volvió definitivamente en 1960, “para seguir de cerca la impresión de sus libros” en una imprenta francesa que daba más calidad. En diciembre de 1964, se mudó definitivamente a España, donde continuó emprendiendo.
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