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Domingo, 4 de diciembre 2022, 13:46
Ni todo el eclecticismo de la ciudad condal, ni la modernidad de la capital del país, han podido hacer mella en el vínculo que Patricia Pascua mantiene con Aldea del Obispo, el pueblo de la familia, y del que también procede su marido. A este ... humilde pueblo salmantino regresó en incontables ocasiones a lo largo de toda su vida, pero esta vez lo ha hecho con intención de quedarse.
¿Qué la une a Aldea del Obispo?
Siempre he venido mucho aquí, de hecho a mi marido lo conocí en el pueblo, cuando éramos adolescentes. Nuestros abuelos eran de aquí, entonces desde pequeños hemos veraneado aquí. Hemos estado viviendo en Madrid, yo me trasladé desde Barcelona.
¿Qué les impulsó a dar el paso?
Hemos estado once años en Madrid, hemos tenidos dos hijos. Era un poco complicado estar allí, así que sus padres, al jubilarse, se mudaron al pueblo; ya han fallecido los dos. Mis padres hicieron lo mismo, venir al pueblo, así que al final teníamos, por un lado, que nos encantaba el pueblo, además de la familia, y decidimos finalmente, este año, mudarnos.
¿Qué proyecto de vida hay para esta nueva etapa?
Mi marido Juanma hizo una formación para trabajar en Ciudad Rodrigo en una central fotovoltaica que está pendiente de abrir, y así nos vinimos con un proyecto en mente, aunque la apertura está en ciernes aún. Teníamos muchas ganas de un cambio, estábamos muy saturados. Yo también dejé mi trabajo allí; soy maestra de Educación Infantil. Ahora estoy estudiando las oposiciones de Magisterio, aprovechando además que tenemos el paro y el respaldo de mis padres. Pero siempre estoy abierta a nuevas oportunidades, a reinventarme.
¿Cuáles son los pros y los contras?
De momento los pros florecen más que los contras. Estamos más en contacto con la naturaleza, porque allí todo es coches, pisos altos, casi no ves ni el cielo, si hace bueno o hace malo. Poder ver el campo parece más ordenado, en Madrid te sientes muy pequeñita. El ritmo de vida también es completamente distinto: allí todo es correr, no llegar a tiempo a nada, y aquí parece que te da tiempo a todo aunque estés ocupada.
¿Cómo ha sido el drástico cambio para los niños?
Tenemos un niño de nueve años, Ray, y una niña de cinco, René. Ellos están súper felices, que es algo que nos preocupaba mucho. Juanma siempre decía que si lo hacíamos tenía que ser antes de que el niño cumpliera diez años. Así lo hemos hecho. El cambio ha sido muy grande, de cuatro clases por curso a nueve niños en la clase, pero aquí están más en contacto con otros niños. Parece mentira, pero aquí el tiempo libre lo ocupan mucho más en relacionarse unos con otros que allí, siendo tantos. Allí no teníamos tiempo de llevarlos a extraescolares, aquí la familia ayuda mucho, per aún así el ritmo es distinto, vas mucho más desahogada. Económicamente también se nota: tenemos la casa de mis suegros, allí los alquileres eran muy caros. La sanidad también se nota, no hay casi espera.
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