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Villarino de los Aires
Sábado, 15 de marzo 2025, 06:15
La fascinación por lo oculto ha hecho de la primera novela de Daniel Cruz Sagredo todo un éxito. «Las Brujas de Zarapayas», en la que el autor decidió cambiar los ensayos, cronologías y tecnicismos por la ficción ambientada en esta localidad de rico pasado de brujería y magia, está en su segunda edición desde que la Diputación la lanzara en 2023, y además es una de las diez finalistas aspirantes al XXII Premio de la Crítica de Castilla y León, certamen promovido por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Sin embargo, la realidad a veces supera la ficción.
¿Qué siente con relación al interés que ha despertado la novela, y a qué se debe?
—Ha funcionado muy bien, la primera se vendió rapidísimo, porque coincidió con la Feria del Libro de Salamanca, y en menos de tres meses se vendió. La Diputación ha sacado una segunda edición casi a punto de agotarse. Creo que todo es por el boca oído; la gente la compra, lo comenta, y tengo un fondo de lectores importante: la gente de Villarino. Es su tema, pero no me esperaba esto.
¿Cómo comenzó su interés por explorar la brujería en Villarino?
—Nací en Ledrada, pero me he movido siempre por la frontera, mi vida profesional ha estado allí y en otros muchos municipios. Toda mi vida he sido Agente de Desarrollo Local, y escribí miles de memorias y expedientes. Estaba un poco harto de eso. Un día hablé con un viejo contrabandista y empecé a investigar, y al final me di cuenta de que había escrito un libro. Al acabar decidí centrarme en la brujería; había estado trabajando en Villarino y había leído a autores que han escrito de este tema y del Villarino mágico. No quería hacer otro tocho tan técnico. La gente se atrevía a contarme cosas, ya que no iba como etnógrafo, sino que era un vecino más. La gente en los pueblos tiene ese pensamiento mágico que se ha ido perdiendo, ya solo queda el pensamiento científico. Llega un momento en que la tradición oral se pierde, salvo que alguien haya escrito de ello. Afortunadamente en Villarino quedó ese rastro. Además es un pueblo muy aislado, perfecto para el desarrollo de la brujería.
¿Qué representa Zarapayas, ese paraje tan misterioso?
—Zarapayas es un valle muy próximo al pueblo, y allí se juntaban las brujas salmantinas con las sayaguesas y portuguesas para hacer akelarres, que era la fiesta posterior a la asamblea que se hacía cuatro veces por semana, coincidiendo con solsticios y equinoccios.
¿Qué historias pudo recoger de primera mano?
—Tuve la ocasión de conocer al último brujo de Villarino, que ya murió, y conocí en Aldeadávila a una bruja, hija de brujos. Ya no están aquí, claro. Cuando recogía información para la novela, una señora de una tienda, cuando hacía yo la compra, me dijo: tu vecina la bruja... Yo no sabía a quién se refería. Era una mujer estupenda, yo no sabía nada. Y me dijo: de toda la vida, y bruja mala. El brujo de Villarino, hijo de bruja, era curandero. Hace años curaban el culebrón, y me encontré con un vecino que estaba con la gorra en casa, y al quitársela, tenía toda la cabeza pintada de azul, de la terapia que le había hecho el curandero.
¿En qué trabaja ahora mismo?
—Trabajo en una novela sobre la Movida Madrileña de los 80, un cambio total de registro: «Salamanca Underground», que saldrá muy pronto y editaré por mi cuenta.
Akelarre significa «prado del macho cabrío», y en la toponimia de la zona, según indica el autor, hay algunas referencias al macho cabrío. En los akelarres se ponían en común, como en cualquier asamblea del mundo terrenal, cuestiones y problemas a tratar, aunque en este caso esos temas incluían enemigos comunes y cómo librarse de ellos. Una vez finalizada, las brujas festejaban.
Aunque la brujería suele tener connotaciones negativas, no hay que olvidar que existen las brujas «malas» y las brujas «buenas». Así, mientras las brujas malas echaban males de ojo y maldiciones sobre objetos, personas o animales. Una de las típicas era «mancar el mulo», hacer enfermar una de las patas del animal de trabajo. Las brujas blancas contrarrestaban el mal de ojo y recibían peticiones de la gente con frecuencia, una de las más comunes, lanzar conjuros de amor sobre los hombres. Las letanías como «cúralo todo» y otras palabras mágicas para distintos conjuros se recogen en parte en su libro.
La animadversión a priori ilógica que animales como el gato despiertan en algunas personas responde, en realidad, a los mitos sobre brujería: «La transformación de las brujas en animales eran muy habituales; concretamente en gato», aunque también podía ser en mosquito y abeja. De hecho, la abeja representa, en opinión de Daniel Cruz, la organización de este colectivo, una sociedad igual de «perfecta» en la que también existe la figura del zángano, un ayudante que sirve a la bruja, y que no llegaba a la categoría de brujo.
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