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Con 12 años, el salmantino José Madrazo cazó su primer conejo , un momento que todavía hoy recuerda como «una gran aventura» y que fue el inicio de una impresionante trayectoria que le ha llevado a cazar en 192 territorios de 61 países: desde Siberia hasta Uzbekistán. En 2019 se convirtió en el cuarto español en recibir el Premio Weatherby, considerado el Nobel de la Caza, tras conseguir 395 trofeos de especies diferentes. Hoy participa en el II Foro de la Caza, organizado por la Diputación.
¿Qué méritos como cazador le llevaron a recibir el Premio Weatherby?
—El premio, que consideran como el Nobel de la Caza, se trata de una competición con otros cazadores, todos ellos invitados por la Fundación Weatherby, que cada año otorga este galardón al que más trofeos haya conseguido. También tiene en cuenta tus acciones en defensa de la caza y la naturaleza, como por ejemplo si has promovido acciones contra la caza furtiva, o si has dado charlas a nivel local en escuelas. Yo fui el cuarto español en lograrlo tras conseguir 395 trofeos, después de Valentín de Madariaga, que fue el primero en 1977 con 160 trofeos; Ricardo Médem, en 1997 con 200; y Enrique Zamacola, en el año 2000 con 253.
¿Y cuál de todos los trofeos que ha conseguido en su carrera ha sido el más difícil?
—He cazado elefantes, leones (tengo dos), leopardos, cocodrilos... los considerados como los grandes hitos de la caza, pero sin duda el animal más difícil de cazar es el carnero.
¿Por qué es más dificíl cazar un carnero que un león o un elefante?
—Primero porque viven en un habitat que no es el tuyo y, por tanto, juegan con ventaja (ríe) y luego por las cualidades físicas que tienen: un olfato tan desarrollado que pueden olerte a un kilómetro y un oído y una vista que pueden detectarte a 500 metros. Además, viven en el Alto Altai, en Siberia, y son muy escasos, con una densidad de 1 cada 100 kilómetros, por lo que es muy difícil encontrarlos.
¿Lleva la cuenta de los países en los que ha cazado?
—He cazado en 192 territorios en 61 países. Haciendo cuentas, he hecho 2.106.900 kilómetros, lo que equivaldría a 52 vueltas al mundo.
¿Hay algún país o viaje que le hayan marcado especialmente?
—En todos mis viajes he disfrutado muchísimo, pero puedo decir que las cacerías que más me gustan son las de montaña. Para mi son las más satisfactorias por el esfuerzo que supone conseguir el objetivo, aunque resulte más aparente haber cazado en la sabana o en la selva.
También habrá sufrido sustos...
—Sí, pero pensaba «vamos a ver cómo salimos de esta». Por recordar alguno: estuve 13 días arrestado en Uzbekistán y también nos pararon en un control en Camerún por un desacuerdo entre los guías oficiales con otros que dejamos en la ciudad. Si ese día hubieran estado borrachos la cosa habría acabado de otra manera...
Antes de todos estos grandes viajes y cacerías hubo una primera vez ¿qué recuerdos tiene?
—De niño ayudaba a mi padre a preparar los trastos. Luego, le veía volver con el macuto lleno de perdices, liebres... Con 12 años fue la primera vez que salí a cazar y maté un conejo, con una escopeta del 20. Fue mi primera gran aventura.
¿Qué nivel dentro de la caza mayor tenemos en Salamanca?
—Los machos monteses de Las Batuecas son conocidos a niver internacional y, de hecho, hay empresas que están trayendo a cazadores extranjeros hasta aquí.
¿Por qué cree que la caza tiene cada vez más detractores?
—Tras las Guerras Mundiales las ciudades cada vez están más concurridas y eso ha hecho que se proscriba todo lo sangriento y cruento, como la caza o los toros, al desvincularnos del mundo más rural.
¿Qué función cumple la caza?
—Hay que gestionar la naturaleza para que no se rompa el equilibrio, que es lo que pasa cuando hay abundancia de fauna. Volver al equilibrio supondría un gran coste a la sociedad que el cazador, sin embargo, puede hacer gratis.
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