-RcBtM5qip0uKpeTgalUfGNO-1200x840@Gaceta%20Salamanca.jpeg)
-RcBtM5qip0uKpeTgalUfGNO-1200x840@Gaceta%20Salamanca.jpeg)
Secciones
Destacamos
Santa Marta de Tormes
Miércoles, 28 de febrero 2024, 11:29
Los entresijos de la memoria son cuanto menos curiosos. A veces los recuerdos a largo plazo forman parte del día a día, mientras que los que son más a corto plazo, se esfuman en la nada.
Alejandro de Dios, natural de Peñafiel pero salmantino de corazón, a sus 100 años recién cumplidos, tiene constantemente presente a Don Constantino: «Era su maestro de escuela, lo nombra continuamente y siempre dice que tiene mucho que agradecerle. Es de los recuerdos más férreos que tiene ahora mismo mi padre», afirma la hija de Alejandro, Isabel de Dios. Quizá sea porque todo lo aprendido con Don Constantino, lo sigue aplicando: «Mi padre tiene una letra preciosa y juega a la brisca y suma igual de rápido que siempre», añade Isabel.
En la actualidad, Alejandro de Dios vive en una residencia en Santa Marta, pero su vida la pasó en su pueblo del alma, Peñafiel. Trabajador incansable, a los 14 años ya ayudaba a su padre en las labores de carpintería fabricando sobre todo ruedas de carros y, más adelante, según explica Isabel: «Fueron ampliando el negocio e introdujeron materiales de construcción... siempre tuvieron muchísimo trabajo».
Pronto conoció a Carmen, quien fue su esposa y de la que a día de hoy también se acuerda mucho: «Mi padre pertenece a esa generación de hombres que nunca dicen una palabra cariñosa, pero cuando desapareció mi madre, se pasaba el día pensando en ella y recordándola, fue el amor de su vida». De esa unión nacieron la propia Isabel y su hermano Fernando, que hoy vive en Inglaterra. Alejandro es abuelo actualmente de cuatro nietos y bisabuelo de dos biznietos, además de otro que está en camino.
A los 65 años se fueron a vivir a Valladolid, donde tuvieron una vida tranquila aunque con algún sobresalto debido a la delicada salud de Carmen. Una vez jubilado, se refugió en sus hobbies favoritos: «Le apasiona la pintura y se le daba muy bien también el arte de la taracea», expresa su hija, quien también añade que «es una persona muy perfeccionista y meticulosa; es excesivamente riguroso y organizado en todo lo que hace».
Esta entrega por todo lo que ha hecho en la vida, ha llevado a Alejandro a mantenerse activo y con un carácter jovial durante su siglo de vida: «Siempre lo recordaré ocupando cada minuto del día, aunque no estuviese trabajando, él estaba haciendo otras cosas», razona Isabel. Quizá ese sea el secreto de su longevidad, además de una fuerte carga genética, puesto que según cuenta su hija «su padre murió a los 96 y su abuela con 97, la actividad ha sido salud para ellos siempre».
El 24 de febrero celebró sus 100 años arropado por Isabel, su marido Manuel Manso y con los detalles de la directiva de la residencia. El propio director de la misma, Manuel Herrero, le hizo entrega de un ramo de flores y una pequeña placa conmemorativa. Él, abrumado, sólo supo decir: «No merezco tantos reconocimientos».
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.