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Ciudad Rodrigo
Jueves, 23 de enero 2025, 16:04
El paso del tiempo no logra doblegar a Flérida Castaño Martín, que acaba de cumplir la friolera de 107 años rodeada por sus seres queridos, como su hija y su nieta, que acudieron a visitarla por la mañana, como celebración previa a la que tiene lugar esta misma tarde en la residencia Obispo Téllez de Ciudad Rodrigo, en la que es famosa no solo por su longevidad, sino por su adusto carácter.
Este jueves Flérida se siente generosa en lo que a las sonrisas se refiere, y se muestra sorprendida por la felicitación de LA GACETA: «Ven a verme», espeta con entusiasmo, complacida por ser el centro de atención. Aseguraba sentirse «estupenda», y «agradecida» por ser descubrir que es una de las personas más mayores de la provincia: «Es toda una grandeza», aseguró.
Claro está, no sería «nuestra « Flérida, la que todos conocen y a la que por ello tienen un especial afecto, sin añadir: «estoy amargada», y es que se había dado recientemente un golpe. «No he dormido en toda la noche; estoy de mal humor», espetó, haciendo gala una vez más de su transparencia y sus ánimos de comunicarse sin tapujos. «Como ves, es la de siempre, en su línea», comentan con cariño sus cuidadoras.
En este último año Flérida ha dejado de visitar a diario a San Pedro en la iglesia para pedir que se la lleve. Quizá por eso sigue allí, dando guerra y arrancando sonrisas. Y es que sus aventuras, andador en mano, se han acabado, y por mucho que lo intente requiere más ayuda y atenciones.
Flérida aseguraba hace un año no temer a la muerte, y ese deseo de marcharse, hoy era, por su 107 cumpleaños, otro muy distinto: «Estar bien». Desde luego, Flérida mostraba fuerza más que suficiente para relatar anécdotas, recuerdos que vienen a su mente y hasta chascarrillos seguidos de carcajadas y, cómo no, algún que otro comentario socarrón: «Soy un apero», mascullaba.
«La muerte es felicidad», sentenciaba hace un año, a pesar de que goza de una salud asombrosa. La falta de autonomía para moverse y una ligera sordera son los únicos vestigios de una edad avanzada en una inconformista Flérida que aún tiene mucho que contar.
La «maldición» de vivir tantos años es haber perdido a muchos seres queridos, y es por eso que cada día Flérida iba a la iglesia de San Pedro a pedirle la llave del cielo. Sin embargo, esa llave, la tenga o no, puede esperar aún una buena temporada, mientras tenga salud, y mientras disfrute de su familia, que insufla alegría a un cuerpo que considera marchito y dolorido.
En la residencia se ha ganado fama de testaruda. De su juventud recuerda, entre otras cosas, «que me gustaba bailar y que no me gustaba ningún chico». Los años pasan muy deprisa, y Flérida parece la prueba andante de este dicho popular: «La mala leche conserva». Si es así, a Flérida Castaño, entrañable por otro lado, le quedan muchos cumpleaños más que celebrar.
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