
Durante los años cuarenta, Barruecopardo vivió una edad dorada gracias a la explotación de sus minas de wolframio. En el pueblo corría el dinero, se bebía güisqui y se fumaba americano y todo porque el mineral multiplicó su precio con motivo de la II Guerra Mundial.
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El ejército nazi lo usaba por su dureza para reforzar los proyectiles antitanque, pero en LA GACETA poco se decía de este negocio sobre el que imperaba un enorme silencio, dado que su exportación dependía directamente del ministro de Industria y Comercio, Demetrio Carceller, y del mismísimo Franco.
Esta es la historia de El Dorado salmantino, al que se dirigieron innumerables familias en busca de fortuna. No en vano, Barruecopardo fue la localidad que experimentó el mayor crecimiento demográfico de la provincia en 1950. Aquí narramos el auge y caída de unas explotaciones como «La Petrolífera» o «La Scheelita», que ya no existen, pero que en su día aportaron una riqueza enorme a la zona.
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