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Puede ser una Navidad sin cuñados. Al menos en la mesa. Salvador Illa ha anunciado la sugerencia de no más de seis a comer ... y cenar, y esta tarde la estudia la Interterritorial. El Gobierno propone y la Interterritorial dispone. Es por nuestro bien, se ha dicho, y así lo tomamos, por nuestro bien, igual que tomamos con el mismo afán el empeño de Francisco Igea en dejarnos sin bares. Como no pregunta, ya le digo que lo llevamos mal. Y ya vamos viendo las diferencias con otras navidades. Una Navidad sin cuñados o cuñadas se anuncia libre de tensiones, al menos es lo que se ha impuesto en los últimos años, cuando los cuñados han ganado muy mala prensa. En algunas casas la sangre puede llegar al río, como en el caso de “Cantora”, la casa de Isabel Pantoja, por ahora, que mire cómo está y donde no faltan cuñados y cuñadas como si fuese la casa de la Troya.
Hasta en las Cortes se acuñó el “cuñadismo” como una forma de actuar, llegando a estar entre las candidatas la palabra del año hace cuatro; sin embargo, no está en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que acaba de incorporar nuevas palabras, anunciadas por la salmantina Paz Battaner al mundo entero. Si admitimos “cuñadismo” hemos de hacerlo también con “cuñadista”, que es el que actúa como un cuñado. En todo caso, la historia nos encumbró al cuñadísimo Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y su mujer, Carmen Polo, de la que huían joyeros y anticuarios como del coronavirus. Ramón era el marido de Zita Polo y ambos vivieron en el Palacio Episcopal de Salamanca cuando fue también cuartel general de Franco durante la Guerra Civil. Un mal bicho que salió rana a su familia en muchos sentidos, rematando con su sonada relación con la marquesa de Llanzol, María Sonsoles de Icaza, que Nieves Herrero convirtió en libro. Un gran libro, por cierto. A Serrano, además de nazi, que lo era, se le llamaba “cuñadísimo” y otras cuantas cosas más desde los afectados por el poder que alcanzó. Para entonces, la palabra cuñado ya había estrechado sus márgenes, porque empezó siendo cualquier familiar político, no como ahora. Será una Navidad con cuñados a distancia y con barbijo, o sea, mascarilla. La vacuna llegará después de Reyes Magos, así que hay barbijo para rato. Vamos, que el desconfinamiento pleno tardará en celebrarse y lo de cuarentenar no se va a acabar, por ahora. Así, como el que no quiere la cosa, acabo de estrenar varias nuevas palabras de las anunciadas por nuestra Paz Battaner. Ya iré con otras, que no es plan abusar.
A un mes justo de Navidad, cuando se recuerda la muerte del escultor Mateo Hernández, que llegó a tener dos calles en Salamanca, y con las primeras turroneras en los Portales de San Antonio, ya sabemos, más o menos, cuándo nos tocará la vacuna y qué vamos a poder hacer en las fiestas. Quedamos, eso sí, a lo que nos digan en las vísperas del puente de la Constitución Inmaculada (o no) del pequeño asunto de la hostelería, las compras y los desplazamientos más allá de los reinos de Castilla y León. Esperamos noticias. Se habla mucho de salvar la Navidad, pero también hay que salvar un puente que concentra la mayor parte de las compras y acoge el Gran Café Teatro, con sus irreverencias y copas, que este año es más necesario que nunca. Con receta y hasta la vacuna, propongo. Nunca el humor ha sido tan necesario. Miguelón, vaya responsabilidad, amigo.
P.D. ¿Una Navidad sin cuñados lo es de verdad?
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