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Dicen los expertos (y es el tiempo de los expertos) que no vamos a poder salir todos de golpe, que no se amontonen todos en ... las salidas ni vayan en tropel a los bares, tiendas y sobre todo peluquerías. Señor, qué pelos. Hay vídeos en Youtube –se llaman tutoriales, técnicamente—que explican cómo cortárselo en casa, pero no me atrevo. Ni tampoco me veo. Mucho me temo que salgamos de esta como los cavernícolas, desgreñados, trasquilados, mal esquilados o rapados mientras me pregunto si las peluquerías están cogiendo ya hora aun sin saber cuándo pasará lo que está pasando. Y lo mismo aplico a los bares: ¿Hay ya lista de espera? Esta semana, por cierto, hemos perdido a Manuel Seisdedos, Manolo “Plus”, que era uno de los clásicos, que imaginamos hoy con sus amigos, como Iñaki Azkuna y Enrique Clemente, hablando de sus cosas donde sea. Lo lamentamos de veras y tendrá que haber un homenaje cuando todo esto se supere, ahora toca mirar plus ultra.
Pero también pensar en qué será lo primero que hagamos cuando salgamos, de paso que vamos trasladando al fondo del armario la ropa de invierno y colocando delante la de primavera. Y si vemos que tal, la de verano. Hay que estar preparados. Pero el paso por la peluquería va a ser de lo primero para no parecer robinsones o Tom Hanks en “Naufrago” y ya advierto de que vamos a asistir a todo tipo de conversaciones mientras estemos en ella: si antes era la vida social, el fútbol y los toros, ahora toca hablar de la vida cotidiana de estos días. Ir a la “pelu” será como acudir a la consulta del psicoanalista, nada extraño si miramos a nuestro pasado donde los barberos ejercían de sacamuelas, sangraban con sanguijuelas y hasta asistían a partos, como se relata en el Semanario Erudito y Curioso de Salamanca, editado a finales del siglo XVIII. Siempre han sido casas de curación. Creo, además, que las mascarillas estarán presentes en las “pelus”, porque para mí que algunas cosas van a mantenerse un tiempo e incluso se incorporarán a las costumbres: toser en el codo, mantener la distancia en las colas, huir del que estornuda, racanear abrazos y besos, estrechar menos manos, cuidar más la higiene en espacios públicos, y para según qué sitios y actividades las mascarillas... Esto para empezar. El tiempo que dure todo ello dependerá del que estemos confinados, dice un conocido de la ONCE salmantina, Jesús, vecino de un pueblo de Gata donde su alcalde ha prohibido la entrada de coches ajenos a la población y pide que se advierta a las autoridades de una presencia extraña. La desconfianza también estará un tiempo entre nosotros.
La actualidad nos devuelve al Fonseca convertido en hospital, como lo fue en 1801 y durante la ocupación francesa –uno de los cinco que hubo, dice Villar y Macías—y seguramente lo habría sido durante la Guerra Civil si lo alemanes no hubiesen establecido allí su embajada, y la historia nos recuerda que fue facultad de Medicina y llegó a estar emparentado con el Hospital Provincial que edificó Andrés García Tejado. Pero hoy el recuerdo es para las peluquerías, a las que tanto echamos de menos y llamo a resistir. Una peluquería canaria inspiró a Mari Jungstedt –una de las maestras de la novela negra—un relato; nos sigue fascinando “El marido de la peluquera” (más bien la propia peluquera), de Patrice Laconte, y parece obligado leer “Una breve historia de la peluquería”, de Julian Barnes, autor de “El perfeccionista en la cocina”.
Y yo, con estos pelos.
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