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ESTAMOS cansados, hartos, hastiados. Pendientes del mañana con pocas ilusiones y dejando caer lacrimosos suspiros, con la convicción pseudo real de que cualquier tiempo pasado ... fue mejor. Nos miramos cada mañana en el espejo para ver las cicatrices que llevamos en el alma, y nos damos cuenta resignados de que la sonrisa no se asoma a nuestra cara por falta de costumbre. Las sonrisas tenían sentido cuando eran compartidas.
Andamos cada paso por inercia como si tuviéramos cristales en los zapatos, y soñamos en blanco y negro añorando lo que tuvimos y dudando de que lo volvamos a tener. La vida se nos escapa de las manos como granos de arena en un reloj de cristal, vagando por el que nos dijeron que era un mundo cambiante, pero que en realidad es un mundo cambiado.
Hemos desayunado mojando las cifras de los muertos en el café, hemos tapado nuestras vergüenzas, y nuestra cara, con jirones de tela que tardaron en llegar, pero que no se quieren ir, hemos permanecidos como borregos encerrados en nuestras casas sin discutir órdenes que, a la postre, se ha demostrado que estaban fuera de lugar. La cuerda se ha tensado tanto que en muchos casos ha cedido. Personas que no van a volver y muchas otras que van a vivir rotas.
Permanecemos al alba de los tiempos que nos ha tocado vivir sintiendo el frío de la mañana y pensando en los amigos de La Palma que, de tanto calor, se les está helando el corazón. Nos tapamos con las sábanas en los cinco minutos más que, a veces, son cinco minutos menos. Pero ¿y si mañana amanece? ¿Y si podemos notar como sigilosos los rayos de sol se cuelan por los agujeros de la persiana? Y nos acarician como una suave mano, nos susurran al oído que todo va a salir, que ya ha pasado, que no tengamos miedo.
Entonces pensamos que merece la pena saltar de la cama. Lanzamos un desafío delante del espejo buscando en el baúl de los recuerdos la sonrisa que ahora sí, ya nos dejan enseñar. Y vemos que ya no llueve tanto, oímos los gritos del Bernabéu con los goles (en portería propia o ajena), pensamos qué haríamos con esos 400 euros de Sánchez para que los jóvenes los inviertan en cultura (y de dónde va a sacarlos), retomamos viejos sueños y deseos pospuestos, como comidas de amigos, viajes, caprichos... O lo que de verdad deseo para todos, que los datos de tu cuenta nunca estén en rojo. Volvemos a la carga como los Tercios de Flandes con el Mariquelo al frente (que alguien me explique qué tiene que ver una cosa con la otra).
Empiezo a ver que después de la tormenta llega la calma.
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