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Hubo una manada que puso en pie de guerra al país entero. Aun con retraso, la Justicia puso las cosas en su sitio, porque el ... sistema funciona razonablemente. Sin embargo, por el camino creció una ola de indignación que, como tantas otras veces –siempre demasiadas–, degeneró en reformas plagadas de defectos.
El pasado miércoles, los caminantes verdes aprovecharon una vez más la coyuntura y practicaron en el Congreso la misma mala baba que usan en las redes. Mal momento eligieron, porque lo que a España entera le preocupaba entonces era una pelota rodando por Catar.
Me sentí como un cancerbero que encaja siete goles. Ya no me enfado; me deprimo. Por eso, terminado el partido, me dejé llevar por mi señora, que tanto me sufre, a la presentación del documental que un grupo de estudiantes de la Universidad de Salamanca ha preparado bajo el título “Historia y patrimonio histórico del Instituto Fray Luis de León”. Mucho público en el Juan del Enzina para saber de un centro que comenzó su andadura bajo la égida del Plan Pidal y que, tras más de un siglo y tres cuartos de historia, ha protagonizado la enseñanza media de la Salamanca moderna.
Mi reconocimiento y mi enhorabuena por el excelente trabajo. Sentí una sacudida al reencontrarme con imágenes de un pasado del que he formado parte. En el Fray Luis cursé mis años de bachillerato de ciencias –como corresponde a quien luego se ha dedicado al Derecho– entre 1980 y 1984. Aprobé COU el último curso que fue exclusivamente masculino y desde entonces no he vuelto por ese edificio que entonces marcaba el límite suroeste de la ciudad. El camposanto se veía en el otro mundo. Jamás pude imaginar que sobre ese vertedero de escombros en el que nos tirábamos piedras durante el recreo se construiría luego la Facultad en la que trabajo.
El Fray Luis me sabe a préstamo de revistas de la guerra europea y a piritoedros; a golpe de Tejero y a aceite de colza; a atentado en la Plaza de San Pedro y a visita del Papa; a miopía recién diagnosticada, a transbordador espacial, a Naranjito, a Casiotone o a victoria socialista. También me sabe a esa liebre que copié del natural –disecado– y acabó pareciéndose a un meloncillo; a Los Secretos, la Mondragón o Mecano bajo la forma de hierro y cromo. O al Lucía de Medrano, tan cerca y tan lejos. Definitivamente, urge cruzar la calle y volver al instituto.
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